Interdependencia e incertidumbre
“Mientras estoy durmiendo, el árbol crece”, dice en uno de sus poemas J. A. González Iglesias. Es un verso recurrente que repito mentalmente cada vez que alguien pronuncia la palabra “incertidumbre”. Es como si me ayudara a trazar una línea roja que no me permito cruzar, la que me alerta de la incertidumbre como excusa, la que me aleja de la tentación del paroxismo. Y es que nos hemos llenado los ojos de zozobra, de colapso, y todas las preguntas, personales y no, giran en torno a “¿y después, qué?”. Hemos hecho de la graceja, “ya solo faltan las langostas”, una filosofía de vida. Una vida, eso sí, de escasez que promete poco y amenaza constantemente. Y sin saber bien por qué, se ha instalado una cierta sensación de que nada importa demasiado, porque seremos sacudidos por un futuro irremediablemente peor. Pero, ¿y si saliera bien?
Mientras buscamos señales en el universo que reafirmen nuestras creencias, hay una sociedad mutando que ansía liderazgos y que, como el árbol, mientras estamos durmiendo, crece. Y es que hay mucho que hacer en esta nueva velocidad que exige audacia, enfoques y modelos de gestión distintos, también en relación con las políticas públicas. Ahora, quizá, más que nunca. La incertidumbre como marco nos coloca (a instituciones, empresas y personas) en modo cerebral, que es el modo de la supervivencia: ya sabes, el recuerdo remoto de acabar el día en la cueva sano y salvo después de escapar del león. Y en ese modo, gran parte de la clase política, para perpetuarse, se orienta solo a la siguiente cita electoral. Y en ese modo, muchas empresas, para perpetuarse, se orientan solo a la siguiente ronda de inversión. Incapaces todos de elevar la mirada al fenómeno social que se les viene, a nosotros, al para qué y el cómo.
Mientras buscamos señales en el universo que reafirmen nuestras creencias, hay una sociedad mutando que ansía liderazgos y que, mientras estamos durmiendo, crece. Y es que hay mucho que hacer en esta nueva velocidad que exige audacia, enfoques y modelos de gestión distintos.
Se calcula que al menos el 30 % del EBITDA (el resultado bruto de explotación) de una empresa depende del marco regulatorio en el que opera. Es una estimación de McKinsey del año 2013. Todo lo que ha acontecido desde entonces ha incrementado el peso de la regulación y las políticas públicas en la toma de decisión de una compañía. También al otro lado, donde a fuerza de giros inesperados y disrupciones varias, el Estado (“esa ilusión bien fundada” de la que hablaba Bourdieu, “ese lugar que existe esencialmente porque creemos en él”) ha ido ganando en ineficiencias e impotencias. Y ese es el viraje pendiente, transitar desde el marco de la incertidumbre (y su gestión de lo inmediato y lo escaso) a la aceptación de la interdependencia como factor amortiguador de la incertidumbre. ¿Para qué? Para alcanzar un compromiso conjunto con un “nosotros” mejor y verosímil.
El marco de la incertidumbre nos mantiene con vida, sí, pero en precario. El Estado se dirige a ser un mero gestor del malestar. Y las empresas se dirigen a ser meras gestoras de la escasez. También aquí hay mucho trabajo conjunto público-privado. Y es que en la escasez se puede ganar mucho antes de perderlo todo. Es el lobby de lo coyuntural, del tipo arriba o abajo, del abuso de los tribunales para ganarle tiempo a las decisiones, del mercado de emisiones.
El marco de la incertidumbre nos mantiene con vida, sí, pero en precario. El Estado se dirige a ser un mero gestor del malestar. Y las empresas se dirigen a ser meras gestoras de la escasez. También aquí hay mucho trabajo conjunto público-privado.
Por el contrario, en la aceptación de la interdependencia hay una convicción de que vamos a seguir estando mal antes de poder estar mejor, de que vamos a seguir perdiendo antes de poder empezar a ganar. Aceptar la incertidumbre y aceptar sus amortiguadores exige un nuevo tipo de liderazgo displicente al quick-win, capaz de pensar, idear, un crecimiento con justicia social. Y no es algo nuevo, por más que nos empeñemos. Venimos de ahí. Ya lo consensuó la Organización Internacional del Trabajo allá por 1919, con motivo de su fundación. No es tan nuevo eso de que para construir una sociedad más inclusiva, igualitaria y justa hay que marcar líneas rojas radicales. El lobby, como “acto legítimo de participación política”, va a ser una palanca de política pública determinante. Si lo hacemos bien, veremos mucha política pública hecha, o impulsada si se prefiere, desde lo privado. No como oxímoron ni como amenaza, sino como la mejor alternativa al acuerdo negociado. Los grandes retos (medioambientales, tecnológicos, demográficos o laborales), los que asoman y los que están ocultos, solo serán enfrentados desde el compromiso público-privado de querer proyectarnos mejores.
Si mientras dormimos el árbol aún crece, el apocalipsis podrá esperar.