La indefinición exterior de España
Resultaría muy difícil tratar de describir cuáles son los vectores fundamentales de la política exterior española. Seguramente, porque no los tiene. Uno de los síntomas de la crisis institucional que padece España, además de la económica, consiste en la indefinición de cómo debe producirse su proyección exterior, su desconcierto en la localización de los territorios de interés recíproco con las distintas regiones del mundo y su retraimiento en las relaciones internacionales. Para llegar a esta desalentadora conclusión –aunque realista– quizás sea preciso remontarse al enorme péndulo de posicionamiento y aspiraciones que se produjo en los primeros años de este siglo. Pasamos, casi sin solución de continuidad, de la Cumbre de las Azores el 15 de marzo de 2003, en la que José María Aznar, con George Bush, Tony Blair y Durão Barroso, quiso elevar a España muy por encima de sus posibilidades introduciéndola en el conflicto de Iraq, a la Alianza de Civilizaciones que impulsó José Luis Rodríguez Zapatero en la Asamblea General de las Naciones Unidas el 21 de septiembre de 2004, una iniciativa reactiva al férreo alineamiento de su predecesor con el ex presidente norteamericano.
Entre una política y la otra no había coherencia alguna, hilo conductor que las vinculase ni relato político que las hiciese compatibles. Ambas eran extremas y artificiales y planteaban, en el fondo y en la forma, una contradicción casi radical. Y de ambas hoy nada queda. Si el relevo de George Bush y Tony Blair, con el de Aznar, sumió aquella tripleta de las Azores en el baúl de los recuerdos, la alianza que proponía Rodríguez Zapatero la ha devorado, además de la crisis económica, las enormes transformaciones de los países árabes en las que para nada ha jugado la intentada vinculación Occidente-Oriente que pretendió el ex presidente socialista del Gobierno español.
La política exterior española pasó, sin solución de continuidad y contradictoriamente, de la Cumbre de las Azores a la Alianza de las Civilizaciones
El rol de España respecto de Latinoamérica y la Unión Europea quedó en buena medida lastrado por ese movimiento brusco e ininteligible, que provocó en el Viejo Continente un indisimulado desconcierto y en América Latina sorpresa ante el giro copernicano que protagonizó la política exterior española del PSOE que transitaba desde una estrecha relación con la Casa Blanca a una mayor cercanía y entendimiento con regímenes populistas, de corte izquierdista. El resultado es que, años después, y a raíz de la Gran Recesión, por una parte, y por la crisis institucional interna, por otra, España se encuentra internacionalmente en un terreno de nadie. Su prioridad absoluta en este tiempo histórico consiste –con un rescate financiero a cuestas– en aplicar las recetas de la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, lo que vuelca la energía española hacia el exterior en los foros comunitarios y en la extenuante interlocución con Bruselas. El Gobierno no parece tener en este momento urgencia en establecer prioridades de política exterior que vayan más allá de cumplir con los criterios de estabilidad que marcan los tratados de la Unión y salir de la profunda crisis. Aunque resulte triste es preciso constatarlo: la devaluación interna que España registra en lo económico –única manera de rehabilitar la competitividad en los mercados internacionales– se corresponde con otra de carácter internacional.
El proceso de marginación exterior del Estado español ha sido sustituido por la vitalidad de la internacionalización de las grandes empresas españolas
España, en consecuencia, ni está ni se le espera, hasta tanto no se rehaga internamente de su crisis de identidad institucional y supere el fuerte síndrome depresivo económico que padece. Las energías nacionales, secuestradas por las perentoriedades de la crisis, no han seguido el vertiginoso ritmo de transformaciones en determinadas áreas del planeta, especialmente en Latinoamérica y Asia. En la comunidad de naciones hispanas –además de en Brasil– se han producido realineamientos determinantes que obligarán a España a establecer políticas de relación muy lejos ya de la estandarización tradicional y a su través –quizás con una mayor vinculación con la Alianza del Pacífico– ensayar un nuevo modelo de vinculaciones económico-culturales con Asia. En este sentido, el ensayo de Josep Piqué, ex ministro de Asuntos Exteriores con José María Aznar, que venía de la actividad privada y que ha vuelto a ella, titulado Cambio de era. Un mundo en movimiento: de Norte a Sur y de Este a Oeste es el texto más lúcido y comprensivo de hacia dónde debe ir España en un futuro inmediato.
Por fortuna, el proceso de marginación internacional del Estado español, ha sido sustituido por la vitalidad de la internacionalización de las grandes empresas españolas. En Latinoamérica la bancarización del subcontinente parece una misión para las grandes entidades financieras españolas por razón de su conocimiento de los mercados del subcontinente y determinadas identidades muy indicadas en este sector como el idioma. Además, las grandes infraestructuras con compañías españolas competitivas dejan constancia de una presencia española en la región altamente valorada y, desde luego, menos conflictiva que las que operan en el sector energético que registran dificultades de muy distinto orden. Sin embargo, las industrias culturales, más dependientes del aliento público, están muy por debajo de las expectativas que genera una comunidad idiomática de casi quinientos millones.
El potencial empresarial español ya internacionalizado requiere de un amparo efectivo del Estado mediante políticas bilaterales y multilaterales que ahora no son suficientemente efectivas. Más aún, podría decirse que en los grandes conflictos en los países con una situación de mercado más inestable, en lo político y en lo jurídico, las empresas españolas no han recibido la necesaria cobertura. No tanto por falta de voluntad del Gobierno de Madrid cuanto por su indefinición en el modo de estar y de comportarse en una América Latina que, como ha escrito José Antonio Llorente (Suplemento Negocios – El País de 13 de octubre de 2013), está ahora fragmentada, en bloques con intereses y propósitos no sincronizados. En este nuevo escenario, España parece desorientada y no extrae de las distintas Cumbres Iberoamericanas un relevante know how para reformular su posicionamiento latinoamericano.
Las energías nacionales, secuestradas por la crisis, no han seguido el vertiginoso ritmo de transformaciones en determinadas áreas del planeta, especialmente en Latinoamérica y Asia
El realineamiento de las relaciones con América Latina, la localización de un canal de conexión con Asia y la recuperación del papel europeo anterior a la crisis, resultan, en definitiva los tres grandes retos de la política exterior española porque en esas áreas territoriales, culturales y económicas se dilucidan los intereses de nuestro país que debe revalidar también su papel respecto de los Estados del norte de África. España se encuentra en un stand by político e institucional que repercute sobre su política exterior que en este momento protagoniza el gran fenómeno de la internacionalización de nuestras grandes empresas. Cuando se observe en perspectiva estos años, reconoceremos en ese pionerismo empresarial, en ese empuje emprendedor el gran activo de estos tres últimos lustros porque ha sustituido –a diferencia de otras épocas históricas– la debilidad estatal y la desorientación política. De una España que tiene potencial para salir y hacerlo con la recuperación de una perfilada política exterior que será más sofisticada, compleja y multilateral.