La utilidad de lo inútil: ética e inteligencia competitiva
Se considera que la inteligencia competitiva es una herramienta de gestión para las organizaciones empresariales y un proceso sistemático que se conduce también desde la ética. Por lo tanto, la ética debe presidir el conjunto de actividades que se realizan en todas y cada una de las fases de ese proceso: dirección, obtención, análisis y comunicación.
Solemos decir que los negocios son los negocios, la economía es la economía, la empresa es la empresa…, como queriendo decir que, en el mundo económico, financiero y empresarial, el aspecto ético sobra. Sin embargo, si nos fijamos, la realidad lo que nos dice es que nadie quiere aparecer a los ojos de los demás como malo. Y hasta el corrupto se quiere disfrazar de honrado. Y no hace falta indagar mucho para encontrar ejemplos.
Cuando uno pregunta por la ética en inteligencia, la gente suele mostrar una sonrisa burlona como queriendo decir: decídanse por una cosa o por la otra. ¿Qué utilidad puede tener la ética? ¿No se interpone en nuestro camino hacia los resultados? Para algunos, las cuestiones anteriores están demasiado claras: la ética en inteligencia competitiva se reduce a la obligación de ser eficaces y aumentar esa eficacia. La ética se reduce al pragmatismo del todo vale, donde la máxima sería “gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones”. En el mejor de los casos las leyes se respetan, pero no es conveniente exagerar y tratar de ir más allá de la legislación vigente. ¿No es así? Para otros, en cambio, las leyes no pueden regular todas las relaciones humanas, por tanto es indispensable la ética. No basta con hacer un buen negocio, hay que hacer negocios buenos. Por tanto, la apuesta es por una inteligencia competitiva que afirma también la responsabilidad social y que intenta armonizar el principio de eficacia con el de responsabilidad ética. Es el tratar de hacer lo correcto en lugar de realizar lo que sólo es aceptable o rentable. No cualquier tarea o actividad realizada en pro de la empresa se vuelve honorable al considerarse necesaria. Lo ético no es sólo el resultado (el fin), también lo tiene que ser el proceso (los medios). Esto nos lleva a que tenemos que tener siempre en cuenta y por igual los resultados y las consecuencias de nuestras decisiones como las intenciones que las motivan y los principios que las respaldan.
Cuando uno pregunta por la ética en inteligencia, la gente suele mostrar una sonrisa burlona como queriendo decir: decídanse por una cosa o por la otra
La inteligencia competitiva intenta no sólo convertir a la empresa en una organización de éxito, sino volverla también en una de valor ético. De esta forma, la inteligencia competitiva no consiste en un conjunto de técnicas para aprender trucos o colocar mejor micrófonos en los despachos de la competencia, o interrogar a empleados desleales… No hay necesidad de espiar. De lo que hay necesidad es de analizar. El problema de la realidad es que creemos conocerla bien cuando en verdad sabemos muy poco de ella. Nos sobran expertos que resuelven problemas definidos por otros, y necesitamos analistas que cuestionen la forma de ver los problemas mismos. Algo mucho más radical. En la era de la información en la que estamos inmersos, todo el mundo sabe lo que está pasando pero muy pocos lo que significa.
Para la inteligencia competitiva el concepto de integridad es clave. Pues toda institución o empresa, necesita imagen, aprecio y reconocimiento social. Necesita generar confianza, y ello sólo se produce desde las capacidades técnicas (del buen producto o servicio que prestan) y del comportamiento ético (cómo hacemos lo que hacemos). Construirse una reputación a través de la ética como institución o empresa íntegra o responsable es de lo más rentable que puede hacer una empresa para aumentar sus posibilidades de influencia, y por tanto de negocio. La ética sirve como signo de credibilidad y más en unos momentos como los actuales donde cualquier mensaje a través de la palabra o de la acción es juzgado y valorado por el público. Y la credibilidad la otorga la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. En suma, sin principios y valores que incentiven en el mundo de la empresa la verdad sobre la mentira, la lealtad sobre la deslealtad, la honradez sobre la corrupción, es muy difícil generar la confianza que nos haga más creíbles. No se puede apoyar un modelo de entender la empresa o el negocio que sólo nos enseña a nadar en un estanque de corrupción. Si sólo se trata de ganar a corto plazo, se suele perder a largo. En uno y en otro caso, lo puesto en juego es la credibilidad de cada uno.
Todo ello pone de manifiesto que tenemos necesidad de la ética en la inteligencia competitiva. La ética no proporciona la ocasión de repartir dividendos de manera inmediata, pero es uno de los intangibles más valiosos y presumiblemente cada vez será más rentable. Es un elemento diferenciador. Es la utilidad de lo inútil.
Tampoco podemos dejar de recordar que los códigos éticos que no se explicitan y se hacen públicos, no pueden ser considerados como tales. Como de igual forma, tampoco es suficiente con tener un código ético, si no existen los mecanismos necesarios para hacerlos cumplir
Por ello, necesitamos estándares de práctica y códigos de conducta en las empresas. En inteligencia competitiva éstos vienen dados por las políticas y el conjunto de normas que a este respecto tiene la propia empresa y también por los principios éticos de las asociaciones internacionales reconocidos por la comunidad de profesionales, donde el referente es el Código Ético de SCIP, la Asociación de Profesionales de Inteligencia Estratégica y Competitiva. Dentro de este marco, me gustaría llamar la atención sobre dos de sus normas de comportamiento: en primer lugar, por la que hace referencia a la revelación de la identidad y afiliación profesional antes de establecer cualquier comunicación o entrevista. Es decir, un profesional de la inteligencia competitiva no puede pretender ocultar su verdadera identidad o desinformar sobre la misma para obtener información. En segundo lugar, subrayaría la que se refiere al estándar de práctica que tiene que ver con la comunicación de conclusiones y recomendaciones desde la honestidad y el respeto a la realidad de los hechos. Esto es, hay que informar desde la verdad aunque ésta no sea la que se desea oír por la Dirección, o la que nos conviene.
Tampoco podemos dejar de recordar que los códigos éticos que no se explicitan y se hacen públicos, no pueden ser considerados como tales. Como de igual forma, tampoco es suficiente con tener un código ético, si no existen los mecanismos necesarios para hacerlos cumplir. Esto sería simple maquillaje estético.
Un profesional de la inteligencia y el análisis competitivo es consciente de la importancia que juega la credibilidad. No sólo se trata de emplear técnicas sino de saber cuándo emplearlas y hacerlo bien. Un profesional que se precie de serlo, nunca debe dejar de actualizarse y aprender. Lo primero es tratar de proporcionar valor tratando de ser muy bueno en lo que uno hace. Ser técnicamente competente y éticamente responsable.
En definitiva, como apuntaría Hannah Arendt la cuestión no es tanto si un individuo, una empresa, o una institución es buena, sino más bien si su conducta, es decir, su manera de ser y hacer, es buena para el mundo en el que vive.