UNO Agosto 2013

El irresistible efecto de los aros olímpicos

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Madrid, Tokio y Estambul pugnan por el prestigio que supone la designación como sede de los Juegos de 2020.

Una imaginaria línea recta de 11.000 kilómetros conecta a Madrid con Tokio, a través de Estambul. Son tres ciudades que representan profundas culturas diferentes, con una huella decisiva en el desarrollo histórico y social de la humanidad. Ahora les une la misma ambición: organizar los Juegos Olímpicos de 2020. Cada una de estas metrópolis ofrece algo singular en una pugna que irremediablemente genera una considerable carga emocional. La designación de las sedes olímpicas se ha convertido en un acontecimiento que se escapa al simple nombramiento de una ciudad. Es una cuestión de alta política, de enormes expectativas económicas, de orgullo patriótico, de todo aquello que se relaciona con los momentos que miden el prestigio de las naciones.

Pocas ciudades saben mejor que Madrid lo que significa el sueño olímpico. En este caso, el sueño nunca realizado. Y conoce este proceso en un periodo de la historia donde los Juegos Olímpicos han adquirido una estatura novedosa. Se han configurado como un acontecimiento que rebasa ampliamente su carácter deportivo y se ha transformado en uno de los grandes signos políticos, comerciales y mediáticos de nuestro tiempo. No siempre fue así. A finales de los años 70, el movimiento olímpico atravesó un periodo de desconcierto y de falta de soluciones a los principales problemas de aquel tiempo: la guerra fría y el choque de bloques, la cuestión del apartheid en Sudáfrica y la persistencia en la cínica defensa de un amateurismo nominal, pero vulnerado sistemáticamente.

 La designación de las sedes olímpicas se ha convertido en un acontecimiento que se escapa al simple nombramiento de una ciudad. 

Al español José Antonio Samaranch le correspondió el giro que transformó, con errores incluidos, una etapa moribunda del Comité Olímpico Internacional (COI) en un proyecto que comprendió la naturaleza del deporte contemporáneo: profesionalismo, espectáculo, globalidad, negocio y trascendencia social. Es cierto que se orillaron algunos de los principios básicos del olimpismo que ideó el barón de Coubertin, pero el recorrido explica el pragmatismo de una organización que, por ejemplo, a mediados de los años 30 tampoco tenía muchos asuntos en común con su episodio fundacional, en los Juegos de Atenas 1986.

Lo que se puede denominar periodo Samaranch abarca los últimos 30 años, si se establece el imprevisto éxito de Los Ángeles 84 como impulsor de un nuevo significado de los Juegos Olímpicos. Este periodo coincidió en su nacimiento con varios sucesos históricos de enorme calado: la participación de China en los Juegos de 1984, la ruptura del pabellón deportivo comunista con la desafección de Rumania, que también participó en aquella edición olímpica, el desplome del bloque soviético a finales de los años 80 y la influencia de las nuevas tecnologías en la generación de un mundo global.

 El mundo ha cambiado notablemente en los últimos ocho años. Es un nuevo paisaje que obliga a pensar en los Juegos Olímpicos de forma diferente. 

Los Juegos Olímpicos han sido parte sustancial de este nuevo panorama, muchas veces rodeado de incertidumbres. Las últimas ediciones han reflejado con nitidez el nuevo mundo en que vivimos: el final del apartheid en Sudáfrica, la fragmentación en el área de los Balcanes, la reordenación de lo que se conocía como espacio soviético, la irrupción de China como formidable potencia mundial o el papel político y económico de los países emergentes. Desde 1988, casi todas las ediciones de los Juegos Olímpicos se han situado al lado de estas cuestiones capitales en la etapa histórica actual, una manera de comprender el significativo olfato del COI.

Nunca le ha faltado ambición al olimpismo desde su creación a finales del siglo XIX. Ahora que podemos describir esta época como la expresión máxima de la globalidad, merece interés la idea original expresada por de Coubertin: un movimiento planetario sostenido por valores como la educación física, el pacifismo, el respeto a las reglas de la ética, etc. En una época donde comenzaban a producirse los primeros inventos destinados a alumbrar una nueva edad tecnológica –ferrocarriles, automóviles, teléfonos, radio…–, el barón de Coubertin comprendió la nueva naturaleza de su tiempo, cada vez más cercana a la visión planetaria. En este sentido, el COI estructuró una red global antes de que el mundo soñara con la globalidad. Quizá por esta razón, ha sido un organismo preparado para adecuarse al signo de los tiempos. Buena parte de su trabajo estaba hecho.

efectoarosolimpicosfullEn esta nueva realidad, los Juegos Olímpicos han adquirido un papel relevante como seña de nuestro tiempo. Resultó impactante la designación de la sede olímpica en Singapur 2005. Cuatro de las cinco ciudades aspirantes eran las ciudades más importantes de las potencias ganadoras de la II Guerra Mundial: Nueva York, Moscú, Londres y París. La quinta candidatura correspondió a Madrid. El elenco impresionaba por lo que representaba de ambición política y por el extraordinario papel simbólico de los Juegos Olímpicos, convertidos en un fenomenal difusor de poder y prestigio. Aquella tarde en Singapur, donde Londres fue elegida sede de la edición 2012, se escenificó la trascendencia de los Juegos en la actual sociedad política, mediática, deportiva y económica.

Madrid ha perseguido tenazmente la organización de los Juegos. Se presenta por tercera vez consecutiva a la elección que se celebrará el 7 de septiembre en Buenos Aires. Acude en circunstancias diferentes a las que presidieron su oferta en Singapur, donde fue derrotada por Londres en la votación final. El mundo ha cambiado notablemente en los últimos ocho años. Por medio se ha asistido a la mayor crisis financiera desde el crack de 1929. Las circunstancias han variado tanto que el COI no puede sentirse al margen de los efectos del batacazo económico. Es un nuevo paisaje que obliga a pensar en los Juegos Olímpicos de forma diferente. Atrás quedaron los alegres años de la burbuja inmobiliaria y financiera en la mayor parte del mundo. Atravesamos por una realidad diferente.

 La propuesta de Madrid es la de una capital moderna, con unas infraestructuras magníficas, en un país que atraviesa un momento deportivo formidable. 

Los tres proyectos ofrecen cualidades incontestables. La propuesta de Madrid es la de una capital moderna, con unas infraestructuras magníficas, en un país que atraviesa un momento deportivo formidable, con el mayor apoyo popular a la celebración de los Juegos Olímpicos –el 81% de los ciudadanos– y con el 80% de las instalaciones construidas. Es una candidatura sin disputas, sostenida por una ciudad que ha demostrado inequívocamente su deseo de participar en primera línea de la aventura olímpica, una ciudad moderna que ofrece un programa ambicioso, pero realista: el de unos tiempos donde la eficacia y el pragmatismo son indispensables.

Santiago Segurola
Adjunto a la dirección del diario Marca
Adjunto a la dirección del diario Marca. Ha desarrollado su trayectoria profesional en los periódicos La Gaceta del Norte y Deia, en Bilbao. Trabajó durante 21 años (1986-2007) en el diario El País, de cuya sección de deportes fue redactor jefe entre 1999 y 2006. Redactor jefe de Cultura en El País (2006-07). Colaborador semanal en La Gazzetta dello Sport y en la cadena de radio Onda Cero. Acaba de publicar el libro Héroes de nuestro tiempo, que recoge una antología de sus mejores artículos, crónicas y reportajes.

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