UNO Febrero 2016

Francisco, Obama y un histórico compromiso empresarial

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El año 2015 ha sido histórico en la evolución, cuantitativa y cualitativa, de la importancia capital de la responsabilidad social corporativa en el desenvolvimiento de la actividad de las empresas. La acción conjunta de dos grandes líderes mundiales –el Papa Francisco y Barak Obama, presidente de los Estados Unidos– ha propiciado una auténtica sacudida en la conciencia ética de las grandes corporaciones para que asuman compromisos determinantes en la protección del medio ambiente, en la lucha contra el calentamiento del clima y en la limitación de las emisiones nocivas. La protección ambiental por parte de las más importantes corporaciones –energéticas o no– ha sido siempre, desde los años setenta, un reglón fundamental para mensurar el compromiso de la empresa con su entorno. Pero hasta que no se ha celebrado la cumbre de París (30 de noviembre–11 de diciembre de 2015) sobre el cambio climático ese compromiso no se ha materializado y universalizado. La cumbre de Kioto de 1997 fue un primer paso –demasiado reticente– pero la celebrada en la capital de Francia ha calado de manera irreversible en la conciencia universal de la humanidad.

En mayo de 2015 se produjo un hecho inédito: una encíclica papal dedicada íntegramente a la ecología (Laudatio Si´) en la que Francisco, el pontífice más pastoral de los últimos cincuenta años, abrazaba las tesis de la “ecología integral” y establecía un reproche moral a entidades –políticas y empresariales– y personas que desatienden el medio ambiente del planeta. El Papa rechaza el negacionismo de las tesis que suponen que hay catastrofismo en la valoración de los daños medioambientales a que está sometida la humanidad, apuesta por las energías renovables, y alude a la impresión de que “la tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un depósito de porquería”. Y hace una fuerte acusación: “La política y la empresa reaccionan con lentitud, lejos de estar a la altura de los desafíos mundiales”.

El Papa rechaza el negacionismo y apuesta en su singular encíclica por la ecología integral haciendo un llamamiento urgente a los políticos y a las empresas

Las grandes corporaciones se sintieron aludidas muy directamente por la encíclica de Francisco –estratégicamente publicada seis meses antes de la Cumbre de París– pero lejos de rehusar asumir los compromisos –y la crítica– del Papa ajustaron sus mecanismos de responsabilidad social al nuevo escenario de exigencias expresadas con vehemencia y sin reserva mental por un referente moral del mundo como es el Papa de Roma.

El presidente de los Estados Unidos –cuando otras cuestiones parecían oscurecer su interés por el cambio climático– vio reforzada su prioridad y en octubre de 2015 obtuvo un gran éxito político y propició, al tiempo, un gran éxito empresarial. A un mes de la Cumbre de París, Obama reunió en la Casa Blanca a ochenta y una grandes empresas multinacionales anunciando que éstas “se han comprometido a establecer medidas concretas para frenar el cambio climático y reducir las emisiones que lo provocan”. Entre las medidas que estas empresas asumieron estaban las del compromiso de transparencia, la reducción de emisiones de carbono y los recortes en el consumo de agua.

Obama se dirigió a las empresas activas en este pacto de responsabilidad social en unos términos certísimos: “Históricamente, cuando se empezaba a hablar del cambio climático, la percepción que se tenía era que se trataba de un tema medioambiental, para amantes de los árboles, y que a los empresarios, bien no les importaba, o bien lo veían como un tema que entraba en conflicto con sus intereses (…) Hoy, sin embargo, están aquí representados algunos de los más extraordinarios negocios del planeta así como sus proveedores”.

La Cumbre de París, por la que ha trabajado tanto el presidente Obama, ha sido un escaparate histórico para la responsabilidad social corporativa de las más grandes empresas del planeta

Para cuando el presidente estadounidense pronunciaba esas palabras, se había logrado ya otro acuerdo sustancial en el mes de julio: una docena de compañías (Apple, General Motors o Goldman Sachs) había firmado anticipadamente un compromiso en la línea de lo que Obama reclamaba. Es cierto, sin embargo, que tanto en julio como en octubre de 2015, se ausentaron compañías decisivas para invertir el cambio climático: ExxonMobil y Chevron, entre otras. La intención de la Casa Blanca –expresada por el consejero de Obama para el cambio climático, Brian Deese– consiste en continuar en la línea de incorporar a más compañías a un compromiso que pueda considerarse planetario.

02_1La panoplia de medidas que componen la responsabilidad social de una empresa es amplia y dispone de muchas expresiones solidarias, de retorno de beneficio a la sociedad, creando un círculo virtuoso en las colectividades en las que desarrollan sus actividades. Pero, seguramente, cada época histórica tiene sus propios mandatos a la responsabilidad de las corporaciones. El actual pasa, sin duda alguna, por detener la precariedad medioambiental del planeta mediante el control de las excrecencias del consumo energético que es el fluido linfático de toda actividad industrial. El desafortunadísimo caso del trucaje de un software en vehículos diesel de la multinacional alemana Volkswagen, que ha afectado a 11 millones de sus vehículos en todo el mundo, ha provocado indignación, no sólo por el engaño, sino por sus consecuencias, que sin afectar a la seguridad de los coches, sí dañaban el medio ambiente al emitir esos vehículos nada menos que dos millones de toneladas de gases contaminantes. Los coches de VW emitían un 40 % más de estos gases (NOx) de lo que la empresa certificaba a sus compradores.

Parece una regla esencial que las empresas, especialmente las industriales, apuesten en las acciones de responsabilidad corporativa por la “ecología integral” porque el futuro contempla un “renacimiento” industrial en Europa –es la gran demanda del nuevo modelo productivo en muchos países del Viejo Continente–; y en Latinoamérica y Asia, las potencias emergentes viven dinámicas de desarrollo muy rápidas que conllevan consumos energéticos –todavía preferentemente fósiles y de origen nuclear, con sus consecuentes residuos– que convocan a un diagnóstico constante del calentamiento del clima por las emisiones. Por lo demás, la concepción global de lo ecológico –como el Papa Francisco apuntaba en su encíclica de mayo de 2015– alcanza a la preservación de las condiciones de higiene en las ciudades, el consumo responsable del agua y la conservación de las comunidades indígenas en territorios muy feraces para la industria extractiva y de materias primas.

Esta última consideración remite a los nuevos sistemas de consecución de gases energéticos y a técnicas de extracción que siguen envueltas en polémica como la que se refiere a las ventajas e inconvenientes del fracking que es de uso generalizado en los Estados Unidos y por el que apuesta la poderosísima China. La afectación a agricultura y a la ganadería y la posible contaminación de acuíferos serían riesgos que estas nuevas técnicas deberán seguir ponderando y solventado a medida que los procedimientos extractivos se sofistiquen, de tal manera que se concilie la eficiencia con la protección de valores medioambientales que se consideran líneas rojas que la actividad empresarial no puede ni debe sobrepasar.

El actual contexto histórico exige a las grandes empresas industriales su compromiso para detener la progresión del cambio climático que se ha convertido en un imperativo ético colectivo

La cumbre de París sobre el cambio climático ha sido el gran escaparate de la nueva realidad empresarial y la consideración de su prioridad un imperativo ético de las grandes empresas. Milton Friedman calificó la responsabilidad social corporativa como “una doctrina subversiva en una sociedad libre”. La definición ya no vale: lo subversivo consiste, precisamente, en no comprometerse éticamente con el entorno ambiental mientras se produce en él una actividad empresarial de carácter industrial. El Observatorio Español de la RSC es un referente para –en el caso de España– valorar la positiva evolución de las empresas del país en sus compromisos de sostenibilidad, con la advertencia de que, al menos por el momento, es preciso que al voluntarismo de los gestores se añada una legislación exigente y fuertes compromisos sectoriales en el contexto de otro global que constituya las pautas de un convencimiento universal para que las palabras de Francisco en su encíclica se hagan realidad: “Mientras la humanidad del período postindustrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades”.

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