Prepararse para la revolución
Parece intrínseco a la naturaleza humana el observar con recelo aquello que es nuevo, ajeno y que se escapa, a priori, a nuestra comprensión. Rechazamos casi por sistema aquello que calificamos de imposible cuando no somos capaces de controlar los procesos de transformación que implica y esto, en ocasiones, supone intentar frenar el desarrollo de una tendencia que antes o después se va a producir.
Es complicado predecir con exactitud y detalle cómo nos vamos a tener que estructurar como sociedad dentro de quince años, qué parámetros van a imperar, de qué manera los modelos productivos van a cambiar o, incluso, qué competencias vamos a tener que adquirir como individuos para poder hacer frente al futuro. Lo que sí está claro y es fácilmente adivinable es que la tecnología va a jugar un papel fundamental en este cambio y nosotros, como sociedad, vamos a tener que decidir cómo queremos convivir con ello y de qué manera nos queremos adaptar a los cambios que vayan surgiendo.
Un punto clave de este proceso transformador y en el que tenemos que pararnos con un especial detenimiento es la educación y la adquisición de conocimiento y competencias. Reciclarnos en aquello que sabemos y aprender lo que desconocemos sin miedo a la experimentación, aunque podamos encontrarnos un fracaso detrás de nuestro esfuerzo. En nuestra cultura continuamos erróneamente estigmatizando el no acierto, siendo el fracaso una de las mejores maneras de aprender a mejorar y a ser más competentes, dos pilares clave del progreso: evolucionar lo existente y ofrecer mejores alternativas.
El informe The Skills Manifesto (( http://eskills4jobs.ec.europa.eu/c/document_library/get_file?uuid=b69ba1d7-6db4-415d-82e4-ac4d700a38b8&groupId=2293353)) patrocinado por la Unión Europea reconoce que la demanda de trabajadores con buenas habilidades digitales se ha duplicado desde 1995. Hoy, uno de cada cinco trabajadores necesitan habilidades avanzadas relacionadas con las tecnologías de la información y el 90 % requieren conocer las básicas. Además, ofrece el llamativo dato de que para 2020, alrededor de un millón de puestos se van a quedar sin cubrir por no haber candidatos con las competencias digitales necesarias.
En nuestra cultura continuamos erróneamente estigmatizando el no acierto, siendo el fracaso una de las mejores maneras de aprender a mejorar y a ser más competentes, dos pilares clave del progreso: evolucionar lo existente y ofrecer mejores alternativas
Si echamos un vistazo, además, a las profesiones que se espera que sean más demandadas en los próximos años, nos encontramos con datos tan interesantes como que según el Observatorio para el Empleo en la Era Digital, ocho de cada 10 jóvenes de entre 20 y 30 años, encontrarán un empleo relacionado con el ámbito digital en trabajos que aún no existen. Algunas de las profesiones más solicitadas serán: ingeniero smart factory, experto en innovación digital, experto en big data, arquitecto experto en smart cities o director de contenidos digitales.
Sumado a esto, según la patronal de empresas tecnológicas, AMETIC, entre 2013 y 2017, el número de empleos TIC debería haber aumentado en 300.000 con las políticas de apoyo adecuadas. Se prevé una necesidad de hasta 50.000 programadores y desarrolladores, entre 60.000 y 70.000 empleos en marketing y comunicación o hasta 45.000 puestos relacionados con el diseño visual y la creatividad digital.
Frente a estas cifras, que probablemente sigan aumentando cada año, debemos plantearnos si como sociedad estamos evolucionando hacia un sistema educativo que esté dando respuesta a los retos que se nos van a plantear en el futuro o, por el contrario, seguimos anclados en un modelo que continúa respondiendo únicamente al pasado y al presente. Desde Google, en vista del elevado paro juvenil y habiendo analizado la falta de conocimiento en competencias digitales, decidimos lanzar Actívate, un proyecto que tiene por objetivo formar, a través de cursos online y presenciales, en habilidades como marketing digital, cloud computing, desarrollo de aplicaciones etc. En dos años se han registrado 400.000 personas y se han certificado más de 100.000.
Pero la educación no solo evoluciona desde el punto de vista de las profesiones del futuro sino también gracias a la conectividad y como consecuencia a la interconectividad. Cada vez somos más los millones de personas que tenemos acceso a Internet, en estos momentos la cifra asciende a más de 3 mil millones, pero todavía quedan otros 4 mil millones por acceder a la red.
La conectividad es un reto indiscutible sobre el que muchas empresas tecnológicas estamos trabajando. En el caso de Google, por ejemplo, con Project Loon (una iniciativa basada en una red de globos que viajan sobre el límite con el espacio exterior. Al asociarnos con empresas de telecomunicación para compartir el espectro celular, permitimos que las personas se conecten a la red del globo directamente desde sus teléfonos y otros dispositivos). Esta iniciativa pretende conectar a las personas que habitan en zonas remotas o rurales, llegar a las zonas con falta de cobertura e incluso dar la posibilidad a que los usuarios puedan conectarse a la red después de una catástrofe.
Pero el hecho de que las personas estemos no sólo conectadas sino también interconectadas nos brinda un mundo enorme de posibilidades. El acceso al conocimiento, a la información, a los recursos de forma casi instantánea permite que los usuarios tengamos la capacidad de descubrir, de tomar mejores decisiones, de compartir y de crear. Un avance que se desplaza no solo a las interconexiones entre individuos sino también a otros escenarios como el de la conectividad de las cosas, ¿quién iba a imaginar que únicamente para este año, según previsiones de Gartner, se espera que haya 6.400 millones de dispositivos conectados (un 30 % más que el año pasado) y que el Internet de las cosas mueva más de un billón de euros en 2019?
Y ligado directamente a este fenómeno, no debemos olvidarnos del entorno móvil, actor principal que gira a día de hoy en el centro de la vida de los usuarios y que lo lógico es que poco a poco se vaya incorporando en la estrategia de las empresas. Según un informe realizado por Ditrendia sobre Mobile en España y en el mundo, refleja que en poco menos de cuatro años el m-commerce copará casi el 50 % de las compras electrónicas a nivel global; que en diez años las ventas del 42 % de las tiendas retail tendrán que ver con un dispositivo móvil y que para 2020 los smartphones serán responsables del 80 % del mercado de banca móvil.
El acceso al conocimiento, a la información, a los recursos de forma casi instantánea permite que los usuarios tengamos la capacidad de descubrir, de tomar mejores decisiones, de compartir y de crear
Sin embargo, aunque estas tendencias son irrefrenables y aventuran grandes oportunidades, todavía tenemos algunos obstáculos que salvar, uno de ellos es la regulación y su adaptación al nuevo entorno digital. Solamente en la Unión Europea, existen 28 regulaciones distintas a las que deben hacer frente los negocios si quieren alcanzar un mercado potencial de 500 millones de usuarios. El Mercado Único Digital podría contribuir con 415 mil millones de euros a la economía, fortaleciendo trabajos, permitiendo una mayor competitividad, inversión e innovación, además de ofrecer más posibilidades de elección a los usuarios y facilitando a las pequeñas y medianas empresas, junto a las startups, un mayor y exponencial crecimiento.
Cabe plantearse, por lo tanto, cuáles son los pasos que tenemos que seguir como sociedad para sacar el mayor partido a todas las oportunidades que la tecnología nos puede brindar. Se trata de una revolución que no va a frenar su ritmo cada vez más vertiginoso, por lo que cabe preguntarnos, ¿nos sumamos a él? y si es así ¿empezamos a prepararnos para convertirnos en una sociedad más avanzada y competitiva para el futuro que no espera? Espero que la respuesta sea: sí.