La educación, pontonera entre los nativos y los inmigrantes digitales
Cuando Marc Prensky, en la década del setenta, estableció su divisoria aquarum entre “nativos digitales” e “inmigrantes digitales” sintetizó la convivencia de dos mundos en contacto conflictivo y en busca de la confluencia. La articulación de la galaxia Gutenberg con la Galaxia Fleming requiere de pontoneros, tarea de ingeniería de puentes, para la que pocos son aptos, pues para este tendido de arcos de comunicación se necesita un pie en cada orilla. Esta vida en busca de integración lleva dos décadas largas, de empalmes y cortocircuitos, y es problema omnipresente, pues se da en todos los campos: la política, la educación, la empresa, etcétera. La pontonera mayor debería ser la educación, en todos sus niveles que debe operar como intérprete entre dos lenguas.
No es cierto que las tecnologías sean del todo indiferentes. Lo son, por supuesto, desde el punto de vista ético, pues el hombre es el que pone la intención en su manejo. Pero, de por sí, el uso de las tecnologías modifica actitudes, conductas y formas de contacto con la realidad, nos modifican insensible y sostenidamente. El muchacho, excitados sus sentidos y sus potencias por estímulos simultáneos activos de las vías electrónicas, desarrolla cierto grado de flexibilidad perceptiva, que es una ventaja en ciertos niveles de las asociaciones rápidas y creativas; pero todo lo que gana en horizontalidad, y agilidad para hacer conexiones en un mismo plano, lo pierde en profundidad. La potencia humana más afectada por el mundo digital es la atención, que es la capacidad de aplicar la mente a un objeto con creciente grado de penetración. Por eso Descartes la llamó, aceis mentis, “la punta de la mente”. Es la facultad que permite romper la costra de lo aparente y llegar a lo profundo, en todos los terrenos: desde una frase a un gesto, desde un proyecto a una decisión gubernamental. Sin atención no hay calado del problema, ni comprensión seria del texto chico del contrato. El muchacho, sobrexcitado por estímulos que lo reclaman de varios sitios a la vez, no puede aplicarse a uno. Picotea sin romper la cáscara. Sin atención firme no hay gobierno empresarial ni investigación científica, porque no se logra el conocimiento de la realidad. Esa es un conclusión cierta. La imagen del norteamericano Carr en su libro sobre Internet es clara: “Navegar en pantalla es surfear; leer es bucear”.
El uso de las tecnologías modifica actitudes, conductas y formas de contacto con la realidad
Un segundo efecto jánico, de doble cara, es la velocidad: en el chat, se empobrece la comunicación, aunque se haga más ágil y dinámica, pero siempre cortical. La reacción rápida puede ser efectiva, porque puede salvar el riesgo de la encrucijada, y es útil para la coyuntura y lo táctico. Pero hecha hábito se convierte en la muerte del proyecto, y con ello, en la inexistencia de toda empresa. La improvisación no puede ser el sistema, sino la excepción.
Tres son los tipos de contenidos de la educación: los conceptuales, los procedimentales y los actitudinales. Los primeros están, casi todos, en Internet. La cuestión es dar con ellos con certeza. La función del actual bibliotecario –lo decimos en una reciente declaración de la Academia Nacional de Educación–, además de las anteriores que siempre cumplió, es orientar a docentes y alumnos en el campo de los sitios virtuales: cuáles son los especializados y de ellos cuáles son los más confiables. La visita sin guía es pérdida de tiempo y extravío. El pibe no es un cibernauta: “ciber”, en griego, es timón; “cibernetés”, timonel. El muchacho no suele tener el timón del viaje, va a los bandazos de lo que salga y encuentre. La educación deberá ejercitarlo en la orientación, en la selección, evaluación, jerarquización y síntesis del material que busca y obtenga. Todas esas operaciones intelectuales son las que se deben enseñar, más que los contenidos, y ellas son parte de los contenidos procedimentales.
La preparación lingüística del que esté a cargo de las redes en una empresa asegura la confiabilidad de la respuesta al que escribe y se mantiene el respeto de la institución
La gente suele confundir los planos. Una empresa pone al frente de sus redes sociales (Twitter, Facebook, etc.) a un muchacho con alta habilidad técnica digital y con cero grado de conocimiento de la lengua. En un espacio acotado como es el tuit, hay que ser maestro de expresión para no desbarrar. Toda pifia, resalta, como la de aquel jefe comunal que escribió: “Estamos consiguiendo superar las limitasiones…”, que generó una catarata de burlas. La preparación lingüística del que esté a cargo de las redes en una empresa, asegura la confiabilidad de la respuesta al que escribe y se mantiene el respeto de la institución, de la que el tuit es firma ((En nuestros días, se dispone de un magnífico manual Escribir en internet (2012), elaborado por cuarenta expertos y editado por Fundéu. Es una guía firme para la escritura digital en castellano. Debería difundirse.)).