Veracruz-2014 y la vertebración cultural
En 2009, cuando ya la crisis económica había estallado con todo su potencial destructivo, la Fundación Carolina editó un libro coral, coordinado por el ex presidente del Gobierno español, Felipe González, cuya memoria y contenidos sería oportuno recuperar. Llevaba por título Iberoamérica 2020. Retos ante la crisis. El elenco de ensayistas que reunió el ex presidente González –autor de un atinado prólogo– resulta impresionante. No sólo porque ya entonces la nueva Secretaria General Iberoamericana, Rebeca Grynspan, firmó un texto que demostraba sus conocimientos y capacidades (La desigualdad y el reto del desarrollo en América Latina y el Caribe), sino porque, además, de temas macroeconómicos, sociales e institucionales, la obra incorporaba el tratamiento de los grandes asuntos del conocimiento y la cultura como elementos de la identidad diversa que vertebra a las sociedades ibéricas –España y Portugal– y la de América Latina, redactados por personalidades de la más alta cualificación y prestigio.
El fallecido escritor Carlos Fuentes –uno de los literatos más insignes en idioma español en los últimos cincuenta años– ya señalaba la “educación como base del desarrollo”, pero el ex presidente de la República de Chile, Ricardo Lagos, acertaba de pleno en su trabajo titulado Iberoamérica: identidad para un planeta global. Aunque la cita sea dilatada, merece la pena recoger una reflexión del político chileno que debe marcar el futuro de las relaciones internas y sólidas entre los países que se dan cita en las cumbres iberoamericanas.
Lagos escribe con razón que Latinoamérica se expresa con más fuerza a través de la cultura que con cualquier otra forma. Iberoamérica debe ser un proyecto cultural e idiomático o no será
Escribía en 2009 Ricardo Lagos que “lo que caracteriza a este mundo latinoamericano es lo mismo que caracteriza a la Península Ibérica: esa capacidad de incluir y en donde la diversidad es el elemento base para la identidad, tanto en América Latina como en la Península Ibérica. Esta identidad que se asienta en su propia diversidad nos permite entonces que podamos proyectarnos a un mundo que parece querer fragmentarse a partir de distintas identidades culturales (…)”. Esa identidad diversa a que hacía referencia Lagos “nos permite –seguía escribiendo– acercarnos para tener un patrimonio común, una cultura compartida basada en la tolerancia y en el respeto a la identidad del otro” y, sentenciaba, “Latinoamérica se expresa con mucha más fuerza en la cultura que en cualquier otra de las formas: políticas, económicas o sociales”.
A tenor de lo que ocurre en las comunidades de países de habla inglesa o francesa, Ricardo Lagos apunta al centro de la diana: la trabazón de la comunidad Iberoamericana es cultural o no es. Nuestra identidad es la cultura diversa que dispone, no obstante, de un mismo riego sanguíneo que es el idioma –el español y el portugués– a través de cual vehiculamos anhelos, sentimientos, emociones, afinidades y, lo que es sustancial, la diversidad a la que aludía con reiteración Ricardo Lagos. De tal manera que la comunidad iberoamericana tiene su razón de ser, mucho más que en factores que por su naturaleza son cambiantes –desde los ideológicos a los institucionales– en uno permanente y, además, expansivo, que es el idioma, tan expansivo como que es el intangible más exportado de las últimas tres décadas a los Estados Unidos de América en donde la comunidad hispana, al alza, adquiere ya un protagonismo irreversible. Hoy se habla español en las sociedades más dinámicas y con más capacidad de desarrollo material e intelectual.
La exportación más decisiva de Iberoamérica a Estados Unidos ha sido, a través de las migraciones, las comunidades hispanas. El turismo cultural es un activo de gran valor añadido
La construcción –amigable y abierta, pero sólida y permanente– de Iberoamérica dependerá de que en las grandes citas de los mandatarios de sus países (Veracruz 2014) se acierte a impulsar el hecho cultural iberoamericano a través de desarrollos contemporáneos, mediante instrumentos inteligibles y atractivos para las nuevas generaciones. Y eso sólo se logra mediante el impulso a las industrias culturales que han de ir ganando peso en las economías locales y en la global iberoamericana. Porque cultura e idioma son, además de intangibles, fuentes de riqueza. El cine, la edición de libros, la música, las producciones de televisión y radio, el teatro… todas las manifestaciones culturales hay que entenderlas de forma dual: nos cohesionan, nos identifican, pero también coadyuvan al bienestar material porque implican inversión, puestos de trabajo, investigación y creatividad. Y en este ámbito no hemos de olvidar que la sociedad del conocimiento impone el desplazamiento fácil de los ciudadanos ávidos de conocimiento, generando así la industria del turismo como un factor de acercamientos sociales pero también de creación de riqueza. Pocas iniciativas son más retributivas en lo material y gratificante en lo intelectual que el turismo cultural al que Iberoamérica puede aportar un enorme valor añadido.
Sin embargo, ¿hay políticas conjuntas para las industrias culturales? Lamentablemente, no las hay. Mientras las amenazas a la sostenibilidad del patrimonio cultural crecen (el fenómeno de la piratería digital está desertizando la música y el cine, y el libro comienza también a resentirse), no se fortalecen –al contrario, parecen debilitarse– los factores de protección ni emergen las políticas proactivas. Los países más desarrollados han establecido fuertes garantías de seguridad de los derechos de autores y creadores en la Red, han establecido criterios de compensación equitativa por la copia privada (que es la que ofrece valor añadido a la tecnología de reproducción y almacenamiento de contenidos) y han permanecido fieles, incluso en la crisis, a la cofinanciación de las expresiones culturales más costosas pero también más importantes.
No hay políticas conjuntas de protección y proactivas a favor de las industrias culturales. Apostemos por ellas
España sería un ejemplo del desplome de las industrias culturales: no hay una eficiente defensa de los derechos de la propiedad intelectual por la impunidad ante la piratería; se ha suprimido el canon digital sustituido por una insuficiente asignación presupuestaria para compensar la copia privada; se ha incrementado el IVA al 21% –el más alto en toda Europa–, se han reducido las subvenciones, no hay facilidades de financiación crediticia y la Ley de Mecenazgo, además de no aprobarse, es un proyecto que dista de competir con el que ya tienen otros Estados del entorno español.
Es de estas materialidades e intangibilidades de las que habría que hablar, debatir y acordar en las cumbres iberoamericanas –aunque no únicamente– para fortalecer el vínculo común de carácter cultural e idiomático que da sentido a la cohesión hispano-lusa. El carácter vehicular casi universal que ha adquirido el idioma inglés y lo que conlleva (poderosas industrias de cine, televisión, música…), no debería conducir al desistimiento sino al esfuerzo, especialmente si se considera que las fuertes migraciones de países latinoamericanos a otros de habla inglesa, además de a Alemania y, en menor medida, a Francia, han propiciado grupos sociales con identidad de origen que quieren mantener su idioma, sus hábitos y costumbres y, en consecuencia, su idiosincrasia. En materia política, la divergencia va a resultar normal y establecerá distancias y diferendos. Lo que hace Iberoamérica –como Ricardo Lagos escribía– es la cultura diversa en un idioma común. Apostemos por ella.