La democracia como paradigma definitivo
América Latina ha cumplido –años más años menos, según los países– doscientos años de vida independiente. De esos dos siglos, como mínimo 180 años los vivió bajo el influjo del poder militar. Mi país, la Argentina, nació a la vida propia a comienzos del siglo XIX de la mano de los militares, pues la independencia se alcanzó, como en toda América Latina, con guerra. La presencia insoslayable de las fuerzas armadas en la construcción del poder ha sido una característica de nuestra vida política, sin olvidar que el país padeció en menos de 50 años, en el siglo pasado, seis golpes militares: 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y, finalmente, el más cruento, el más salvaje, en 1976.
Cada uno de esos golpes de Estado constituyó una clara involución. En lo económico y social significaron retrocesos evidentes para el nivel de vida de los trabajadores, de los pequeños y medianos empresarios y del pueblo, en general. Esos asaltos al poder no se limitaban a los gobiernos. Se dirigían también contra los otros poderes del Estado. Se cerraba el Congreso. Se intervenía la Justicia. Se violaban los derechos humanos, se coartaban las libertades públicas y se cercenaban los derechos civiles. Cada golpe militar significaba para la Argentina comenzar nuevamente a recuperar las instituciones y hacerlas funcionar, cuando se volvía a conquistar el ejercicio democrático. Significaba desempolvar las bancas legislativas y los juzgados. Cada involución retrasó el desarrollo económico, el bienestar popular y, claramente, el fortalecimiento de las instituciones republicanas.
En los años ochenta ese proceso vivió el comienzo de su fin. Argentina viviría el gran cambio estructural desde su origen como nación independiente: el fin del factor militar como determinante en la construcción de poder republicano. Hoy las fuerzas armadas son instituciones profesionales, disciplinadas al poder civil. El retorno a la democracia en 1983 abrió el camino hacia la consolidación institucional, entre otras razones por el papel jugado por las dos grandes fuerzas políticas modernas de la Argentina: el radicalismo y el peronismo.
Cada golpe militar significaba para la Argentina comenzar nuevamente a recuperar las instituciones y hacerlas funcionar
Este proceso de democratización que se dio en toda la región latinoamericana coincide, también, con una formidable y acelerada transformación a nivel mundial, con influencias indudables del fenómeno de la globalización económica que también trajo aparejada la desaparición de las hipótesis de conflicto que durante un siglo y medio sustentaron la razón de ser de las fuerzas armadas nacionales.
La alegría de la restauración democrática en toda América Latina no debiera hacer olvidar el hecho de que nuestras jóvenes democracias siguen en construcción: parecen consolidadas cuando nos focalizamos en la formalidad institucional, pero se manifiestan débiles cuando analizamos las carencias que todavía existen en materia de justicia social, de bienestar popular y de desarrollo económico; no debemos nunca olvidar que nuestra región es la zona del mundo en donde la desigualdad económico-social se expresa de la manera más brutal. Y hoy aparece una nueva amenaza continental, el verdadero gran desafío que debe asumir América en su conjunto: la lucha contra el crimen organizado, este fenómeno que –de manera creciente– se siente en la sociedad y en las instituciones del Estado.
Por otro lado, la región enfrenta en esta época otro singular reto en cuanto a su ordenamiento jurídico-político. Consolidadas las democracias en todos sus países, es tiempo de pensar en su perfeccionamiento y en el afianzamiento de sus instituciones. La independencia de los poderes de la república, por ejemplo, es aún un anhelo más que una realidad. El presente argentino es un caso claro de la intromisión de un gobierno en el Poder Judicial. En otros casos, el Poder Judicial pretende asumir funciones propias de los otros poderes. Y, finalmente, hay que pensar en la atenuación de los hiperpresidencialismos que han llevado a debilitar organismos necesarios para contrapesar el poder. Tal es el caso de los partidos políticos como espacios imprescindibles para la promoción del debate y los acuerdos programáticos, en orden a garantizar gobernabilidad a los gobiernos.
La recuperación democrática latinoamericana es un proceso que ha llegado para quedarse
En suma: la recuperación democrática latinoamericana es un proceso que ha llegado para quedarse. El debate en torno del fortalecimiento institucional ha comenzado y los pueblos maduran a la luz de los actos eleccionarios que se celebran con regularidad. Políticos, gobernantes, empresarios, organizaciones sindicales, jueces y medios de comunicación van aprendiendo la dura lección del pasado. Los intentos golpistas pierden progresivamente terreno en una sociedad que vive aún infinitos problemas económicos y sociales pero que tiene un porvenir pleno de posibilidades en el futuro inmediato. Es preciso levantar la vista y aprender de los buenos ejemplos; en Europa, los brutales totalitarismos sufridos durante el siglo XX fueron superados gracias a sólidos consensos democráticos; al decir de la Canciller alemana Angela Merkel, “de las ruinas humeantes de las dos guerras surgieron las nuevas democracias en donde no hay lugar para los autoritarismos”.
América Latina será, en este siglo, sin dudas, protagonista destacada en el proceso global que vivimos.