Brexit: diez conclusiones y su impacto ante un salto a lo desconocido
Desde que el pasado 23 de junio tuviese lugar el referéndum en el Reino Unido sobre su continuidad como miembro de la Unión Europea (UE), ha transcurrido ya el tiempo suficiente como para que puedan extraerse algunas conclusiones del resultado del mismo.
La primera es que la decisión de abandonar la Unión Europea por parte de uno de sus “grandes” Estados miembros no tiene precedente alguno. Por tanto, las negociaciones de desconexión, en cierta medida de divorcio, deben llevarse a cabo con todas las garantías necesarias como para que no añadan más incertidumbre al ya de por sí incierto panorama actual de la integración de Europa. La Unión Europea, precisamente, debe contribuir a generar estabilidad y confianza dentro y fuera de sus fronteras y, en este sentido, tanto el resultado del referéndum, como lo que está ocurriendo hasta ahora, no induce a ello.
La segunda, tal y como han dicho, tanto el Presidente del Consejo Europeo, como el de la Comisión, así como también los líderes de los países más significativos de la UE, sin notificación formal por parte del Reino Unido, no habrá negociación alguna, incluidas reuniones de carácter exploratorio. Esto es fundamental, ya que algo tan trascendental debe abordarse respetando escrupulosamente lo establecido en el art. 50 del Tratado de la Unión Europea (TUE), el cual establece que lo primero que tiene que hacer el Estado miembro que decide retirarse es “notificar su intención al Consejo Europeo”.
En este salto a lo desconocido, la Unión Europea debe tener la clarividencia suficiente para reafirmar los principios y valores que han permitido a los europeos disfrutar de un modelo de convivencia sin comparación en el mundo
La operación en el ámbito legislativo nos lleva a una tercera conclusión, ya que producirá una desagregación de tal dimensión, tras 43 años de incorporación de legislación europea al ordenamiento jurídico del Reino Unido, que no será fácil, en principio, abordarla con garantía de éxito en el marco temporal de los dos años inicialmente previstos por el citado art. 50.
La cuarta conclusión es de carácter económico, ya que hay que tener muy presente que la Unión Europea es el socio comercial más importante del Reino Unido. El 44 % de las exportaciones británicas tienen como destino la Unión, representando el Mercado Único Europeo un espacio económico y comercial de primer orden para la actividad de las empresas británicas. Por consiguiente, un abandono de la Unión afectará muy significativamente a las empresas implantadas en territorio británico, en general de todos los sectores de actividad y, muy en particular, a las del sector financiero por la relevancia de la “City” en Londres. No es concebible acuerdo alguno entre el Reino Unido y la UE beneficiándose del acceso al mercado interior europeo y excluyendo la obligación de respetar la libertad de circulación de personas.
Una quinta conclusión se refiere a que los acuerdos suscritos por la Unión Europea, que regulan las relaciones comerciales y de inversión de sus Estados miembros con terceros países o grupos de terceros países, dejarán de aplicarse al Reino Unido, afectando, por tanto, claramente a su capacidad productiva y comercial.
La salida de la UE, como sexta conclusión, tendrá un claro impacto para el Reino Unido en lo que respecta a la estrategia de seguridad y, particularmente, la acción contra el terrorismo y el crimen organizado, ya que perderá todas las medidas adoptadas en materia de Justicia y Asuntos de Interior, incluso deberá abandonar Europol.
La retirada de la UE plantea una séptima conclusión en relación a la delicada cuestión de la cohesión interna territorial del Reino Unido. Ante todo con Escocia, que hace menos de dos años celebró un referéndum sobre su independencia, en cuyo resultado influyó decisivamente la condición de Estado miembro de la UE del Reino Unido. Por otro lado, Irlanda del Norte se encontrará en una situación complicada en relación a Irlanda, que continuará siendo miembro de la UE y, por tanto, tendrá que imponer controles en la frontera con la parte nórdica del territorio insular. Igualmente, Gibraltar sufrirá un claro cambio como consecuencia de que el Reino Unido deje de ser miembro de la UE, ya que volverá a tener una situación similar a la existente antes de que España se convirtiese en Estado miembro de la UE y, por consiguiente, sus residentes perderán los privilegios de desplazarse y establecerse en España. La cohesión intergeneracional, tras los resultados muy dispares del referéndum entre ciudadanos jóvenes y los de más edad, también se verá afectada.
Lo que comenzó como algo aislado o con tintes “casi exóticos” para Latinoamérica se ha ido transformando en una tendencia que ha llegado para quedarse
Con la salida del Reino Unido, los ciudadanos británicos ya no serán nacionales de un Estado miembro. Por tanto, novena conclusión, dejarán de ser ciudadanos de la Unión y los originarios de los otros 27 miembros de la UE, dejarán de serlo en el Reino Unido, ya que éste será un país tercero. Por tanto, perderán los beneficios asociados a la ciudadanía europea tales como el derecho a vivir, trabajar y tener propiedades en los Estados miembros de la UE; retirarse a vivir en otro Estado miembro distinto al suyo de origen; recibir prestaciones sanitarias, usando la Tarjeta Sanitaria Europea en el marco del Reglamento Europeo para la Coordinación de los Sistemas de Seguridad Social; votar en las elecciones locales de otros Estados miembros; etc.
Al activar el artículo 50 del Tratado de la Unión, en principio en primavera de 2017 y, por tanto, comenzar a negociar el acuerdo de retirada, el Reino Unido habrá iniciado la cuenta atrás de la desconexión. La décima conclusión es la pérdida de su capacidad de influencia en la Unión Europea. En su condición de miembro saliente, también su credibilidad se verá muy mermada.
En este salto a lo desconocido, la Unión Europea debe tener la clarividencia suficiente para reafirmar los principios y valores que han permitido a los europeos disfrutar de un modelo de convivencia sin comparación en el mundo, explicando mejor el coste de la “no Europa”, es decir, el de la desunión, en un mundo cada vez más globalizado.
Es justamente ese contexto de desunión como el que enfrenta la Unión Europea, el que hace que los desafíos sean aún mayores y más exigentes. Para nadie es un misterio que el Brexit ha generado fuertes efectos sociales, políticos, económicos y/o financieros que pueden tener una primera, una segunda y hasta una tercera derivada en función de los hechos. Sin embargo, existe algo que no debemos perder de vista en este escenario de profundas transformaciones –salto a lo desconocido incluido– y es entender y asumir el origen de un hecho como este: los ciudadanos se dieron cuenta de que pueden incidir en su futuro y se están uniendo para ello. Algo que para las clases empresariales sonaba muy lejano hace algunos años, pero que cada vez comienza a ser más recurrente y palpable en la figura del empoderamiento ciudadano y de la colaboración para la acción.
Ese empoderamiento que sin lugar a dudas ha registrado un impacto internacional y donde Latinoamérica es una fiel prueba de ello, con casos como el referendo para la paz en Colombia, que ha registrado una resonada derrota para quienes apoyaban el proceso de diálogo entre el gobierno de ese país y las FARC. En una aprobación que se daba por descontada. Y en el caso de Chile, con un hecho más político pero no menos significativo como fueron las recientes elecciones municipales en el mismo país, que concluyeron con un histórico nivel de abstención y que muchos círculos leyeron como un castigo de los ciudadanos a la clase política y a una serie de malas prácticas en que la clase empresarial no estuvo ajena, como fue una serie de escándalos de mayor o menor amplificación y que tuvieron relación con un financiamiento irregular a la política.
Como sea, podemos ver que la gente ha decidido manifestarse y hacer valer su voz. Acertada o no, pero es su voz. Como un reguero de pólvora, son varios los movimientos que se han ido conformando en función de un “Espíritu Brexit” en la región y que inclusive han visto su nacimiento antes que el mismo fenómeno que los originó.
Hay que tener claro que lo que comenzó como algo aislado o con tintes “casi exóticos” para Latinoamérica se ha ido transformando en una tendencia que ha llegado para quedarse. ¿Ejemplos? Las multitudinarias protestas registradas en Brasil desde 2013 hasta inicios de este año, las que fueron mutando desde un rechazo a alzas de tarifas en los sistemas de transporte público en un inicio, a marchas que podían convocar a 3 millones de personas –consideradas las más masivas desde la vuelta a la democracia al país– y que tenían un marcado tinte anti Partido de los Trabajadores (PT), derivando en la salida de Dilma Rousseff de la presidencia. Tampoco se deben olvidar las masivas protestas que ya comenzaron a registrarse en Chile en 2006 por el sistema de educación, el cual ha tenido importantes momentos de peaks en años posteriores para dar paso a la coordinación y acción de un movimiento conocido como “No + AFP”, donde ciudadanos hastiados se reúnen a protestar y exigir cambios en un sistema pensional liderado por las Administradoras de Fondo de Pensiones (AFPs) a la postre el villano de este asunto.
Haciendo una rápida revisión, vemos Argentina, con masivas protestas y el fin del período de 12 años de gobiernos kirchneristas. México con masivas protestas con la desaparición de los 43 estudiantes de Ayontzinapa y el sinceramiento de fallas importantes en DD.HH. en ciertas áreas y sectores de ese país ante el sistemático silencio de las autoridades estatales y nacionales. Venezuela, con un nivel importante de tensión dado por la realización del referendo revocatorio de su actual mandatario, sin mencionar otros factores anteriores que han llevado a una situación insostenible y un verdadero callejón sin salida. Todos los anteriores, botones de muestra de la nueva realidad que se instala en nuestra región y que hasta hace no muchos años era algo totalmente ajeno a la foto latinoamericana.
Como a muchos les ha pasado, hechos regionales de las envergaduras ya señaladas, generan situaciones que son acompañadas de reacciones a destiempo y poco conectadas con la realidad, y que de una u otra forma han ido sumiendo a empresas y gobiernos en un estado de shock y parálisis del que les está costando mucho despertar.
Predomina una profunda sensibilidad, un descontento creciente en amplias capas de las ciudadanías latinoamericanas
Obviamente, el que situaciones de este tipo cobren excesiva viralidad e inusitada gravedad se explica en un clima como el actual, en el que predomina una profunda sensibilidad, un descontento creciente en amplias capas de las ciudadanías latinoamericanas y una creciente actividad de éstas, como pueden ser las protestas ya descritas y observadas en estos últimos años.
Lo clave en la construcción de un nuevo trato y relato, en un mundo de constantes cambios y transformaciones, es el nuevo desafío para los círculos empresariales de leer correctamente el entorno, construir y gestionar de manera eficiente y eficaz su reputación. Lo anterior, como consecuencia de la globalización, la explosión de los medios informativos y sociabilización de la comunicación junto con el avance de las grandes economías emergentes, que conllevan, justamente, un empoderamiento de una gran parte de la población que hasta no demasiados años atrás, apenas contaba para la realidad de muchos países.
Y un punto no menor en todo esto es la crisis financiera global de 2007-2010, atribuida a desprolijidades empresariales, codicias individuales y negligencia de los reguladores. Ello afectó a la percepción de buena parte de la población sobre conductas empresariales poco afortunadas, las que se viralizaron globalmente a través de contenidos masivos, como populares películas sobre el tema de la debacle de Wall Street y la desaparición de Lehman Brothers, entre otros. Lo anterior terminó por agudizar un sentimiento negativo hacia una clase empresarial indolente y despreocupada y sentó los cimientos de un Espíritu Brexit que no le preguntó a nadie cuándo podía entrar. Y que no pretende abandonar la escena hasta no sentirse considerado en las decisiones que le competen. Pero con una consideración real, no de una manera estética sino ética.