Cuando el futuro nos alcanza, el pasado ya no da y donde Descartes puede ser una referencia
Digámonos la verdad: antes de lo que llamamos hoy, el periodismo en la era de la posverdad, no todo lo que conocíamos como proveniente de la prensa era “la pura verdad”. Y no podía ser de otra manera porque si solo nos atenemos a la definición que nos ofrece la RAE, el periodismo –además de una profesión–: “consiste en la captación y tratamiento escrito, oral, visual o gráfico de la información en cualquiera de sus formas y variedades”. Debería agregarse que esa actividad es realizada por seres humanos susceptibles de tener impresiones distintas de la realidad (que no “hechos alternativos”) a pesar del esfuerzo de objetividad a que están obligados sus protagonistas.
Pero no nos equivoquemos, ni dejemos espacio a la tergiversación, una distinta percepción de la realidad no se equipara, en modo alguno, a la mentira intencional que hoy estamos atestiguando, reiteradamente, desde el más alto nivel de gobierno del país más poderoso del mundo. Y esta mentira intencional, explicada después como una pretendida verdad encubierta, viene aparejada de un operativo que busca el descrédito de la prensa formal para evitar, sin éxito, ser puestos en evidencia una y otra vez. Los ejemplos abundan.
Preguntémonos pues cuál deberá ser hoy el método ideal y el papel del comunicador en una época digital de alto consumo de tecnología
Recientemente en México, se registró el intento de tergiversación o confrontación entre las verdades histórica, jurídica y oficial en el caso de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala cuando, el 27 de enero del 2015 el ex titular de la Procuraduría General de la República aludió a “la verdad histórica” como salida a la responsabilidad correspondiente al tema.
Tiempo antes, el papel del vocero del ex presidente Vicente Fox, podría en cierto sentido ser considerado como un antecedente de la posverdad sin ser, en modo alguno, comparable a cualquier intento por inducir una mentira intencionada sólo para salir airoso de una exposición ante la prensa. En su libro La Comunicación Presidencial en México2, el autor –recordado por la frase “lo que quiso decir el presidente”– explica que cuando el ex presidente Fox se refirió, por ejemplo, a “las lavadoras de dos patas” o “el trabajo que ni los negros quieren hacer” en Estados Unidos, lo hacía intencionalmente con una estrategia de comunicación en la cabeza; fueron estas, a mi parecer, una forma de expresión básica, coloquial o simplista distante del deseo de confundir a la sociedad con una afirmación sin sustento en la realidad.
“La radio está más cerca de la gente” fue el lema de una antigua publicidad radial cuando la televisión empezaba su inevitable auge y se pretendía que el oyente del campo y el obrero puede que no tuvieran tiempo de ver televisión, pero siempre podrían contar con una radio a transistores en sus bolsillos para obtener la diaria información noticiosa. El avance tecnológico que ha puesto las señales informativas, desde el papel a las ondas electromagnéticas, ha ido de la mano con una evolución de la estructura de la información misma desde lo factual a la búsqueda de la empatía emocional con el destinatario de la información.
Contar un hecho hoy ya no es suficiente, es ahora imprescindible involucrar con el mismo al destinatario de la información para que con un simple clic deje constancia de su “endoso” con la misma y sea capaz, como nunca antes, de extender una opinión o una nueva información, que regresará al mercado –verdad o mentira– para competir con la información elaborada periodísticamente.
A lo anterior es necesario agregar que la exigencia para trasmitir se ha vuelto superlativa por la calidad exigida en el menor tiempo posible para adelantarse a la competencia y obtener la mayor cantidad de respuestas antes que otra trasmisión similar.
El periodismo tiene, pues, un sinfín de competidores empezando por sus similares, pasando por la propia tecnología que le ayuda a trasmitir y culminando en el destinatario de la información que, de facto, puede lograr una sintonía mayor que el más acucioso de los medios de comunicación formales.
Preguntémonos pues cuál deberá ser hoy el método ideal y el papel del comunicador en una época digital de alto consumo de tecnología, poco tiempo para el análisis y una masiva competencia en la producción de información noticiosa y con la “inmediatez” como referencia.
Recurrir a la filosofía y las referencias históricas podría no ser en vano. René Descartes en sus 12 Reglas para la Dirección de la Mente3 podría ser una referencia útil –¿imprescindible?– en toda redacción periodística, para evitar perderse en los inevitables como interminables vericuetos de la tecnología y la exigencia emocional del lector en los tiempos actuales.
En su primera regla señala que el fin de los estudios es proveer a la mente de una dirección firme que permita formular juicios sólidos y veraces sobre los temas bajo análisis. En la segunda regla sugiere ocuparse estrictamente de aquellos temas en los que tengamos la competencia de conocer su certeza fuera de toda duda en lo que respecta a los temas considerados. La tercera regla recomienda dedicar los esfuerzos a aquellos en los que podamos opinar con claridad, evidencia y certeza de la misma manera en que se adquiere el conocimiento científico.
A fin de tornar más cierto nuestro conocimiento, es útil recorrer las conclusiones una a una, y en su conjunto también
La cuarta y quinta regla apuntan a la necesidad del método adecuado para la investigación de la verdad de las cosas, empezando por el análisis de lo simple a lo complejo, tratando siempre (regla número seis) de reducir lo complicado a conceptos simples poniendo el debido orden en la investigación, para luego abarcarlas y enumerarlas metódicamente de acuerdo a la regla número 7.
La octava regla propone no pasar por encima de lo que no se comprende sino detenerse en tal cuestión hasta lograr su comprensión cabal para no realizar un trabajo superfluo. Y la novena regla sugiere trabajar metódicamente desde lo que es menos importante y más fácil hasta que hayamos adquirido el hábito de ver la verdad por intuición de una manera distinta y clara.
Para ganar en sagacidad, dice la regla 10, que es necesario ejercitarse en lo que ha sido ya trabajado por otros y en recorrer las artes u oficios que suponen el fortalecimiento en las habilidades propias. Después, dice la siguiente regla, que a fin de tornar más cierto nuestro conocimiento, es útil recorrer las conclusiones una a una, y en su conjunto también, incluso concibiendo de manera distinta varias de ellas a la vez, si fuera posible.
Finalmente recomienda la regla doce que es preciso servirse de todas las ayudas del entendimiento, de la imaginación, de los sentidos y de la memoria para tener una intuición distinta de las proposiciones simples, o para establecer entre las cosas que uno busca y las que ya conoce una vinculación adecuada que permita reconocerlas mejor.
Descartes conoció la imprenta en sus inicios, pero no así la radio, la televisión, ni la era digital en que se trasmite sin cesar la información actual. Sus reglas, sin embargo, trascienden los avances tecnológicos porque acertó al suponer que el que tenía que perfeccionarse siempre era el hombre en cualquiera de los roles asignados en los extremos de la información, como emisor o receptor.
Tiempo de recurrir al pasado no obstante los retos que el presente ha diseñado y que el futuro de la comunicación no permite prever dónde y cómo se reconciliará la emoción con la verdad.