CERTEZA en lo que somos y URGENCIA en lo que QUEREMOS SER
Ahora que enfilamos la nueva normalidad, la pandemia sufrida en todos los rincones habitados del planeta nos deja un reguero de dolor por los ausentes, de incertidumbres a futuro, de lecciones aprendidas a golpe de ensayo y error, y la amenaza de una sombra alargada, como aquella de los cipreses de Delibes: el riesgo de debilitamiento del pacto entre el hombre y la naturaleza, en una suerte de reordenación torticera de las prioridades que empujan a unos pocos a creer, ilusos de ellos, que la reconstrucción económica no acepta principios medioambientales.
Hemos tenidos un curso acelerado de heurística, porque hemos descubierto escenarios inéditos, y lo hemos hecho todos juntos, a la vez. Queramos o no, estas circunstancias unen mucho. Hemos descubierto también que somos seres gregarios y que cuando queremos superar una adversidad somos capaces de remar en la misma dirección; es decir, que no estamos tan lejos de nuestros antecesores.
Este curso intensivo, por suerte, nos ha redescubierto el respeto por nosotros mismos -por nuestra salud y bienestar-, por los demás -por el bien del colectivo- y por el medio ambiente. Hemos respirado aire limpio en las ciudades, hemos valorado el espacio público porque estábamos privados de él, hemos querido como nunca caminar por un bosque o una playa… hemos observado sorprendidos desde nuestro confinamiento cómo la ausencia de naturaleza no afectaba más de lo que pensábamos.
“Lo que decidamos ahora condicionará la sociedad en la que crecerán nuestros hijos y nieto”
Sabemos que vamos a experimentar en los próximos años transformaciones de calado. La pregunta es si mirarán en la buena dirección. ¿Serán verdes e innovadoras? Tenemos la oportunidad de aprovechar la crisis (esta es tan propicia como la anterior o la siguiente que está por venir) para acelerar el cambio, anticipar la agenda y afrontar ya giros importantes desde lo estratégico y no con tacticismos cortoplacistas.
De lo contrario, corremos el riesgo de regresar a la casilla de salida y perpetuar los defectos sistémicos que arrastramos desde hace décadas, los que en cierto modo nos han llevado hasta este punto de no retorno. Ni siquiera es necesario recordar como ejemplo de ello el corto camino recorrido durante la COP25 en la mayoría de las cuestiones que proponía su ronda de negociaciones para darnos cuenta de que la parálisis, e incluso el retroceso, nos esperan siempre a la vuelta de la esquina. Hay que estar vigilantes.
Hagamos entonces transformaciones profundas con agendas ya consensuadas como el Green New Deal recién nacido que tenemos entre manos en Europa, todo un Pacto Verde que ahora es más necesario que nunca para rediseñar una economía europea basada en innovación, descarbonización, eficiencia, competitividad, digitalización y sostenibilidad.
Para evitar que este New Green Deal de la presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, quede en un brindis al sol como ocurrió en el pasado con algunas propuestas similares, ya ha comenzado a desgranarse en herramientas útiles, como el compromiso de la nueva Ley del Clima, la Estrategia a largo plazo para la neutralidad climática en 2050 (marzo 2020) la adopción del Plan de Acción para la Economía Circular (marzo 2020) o el lanzamiento de dos Estrategias absolutamente necesarias sobre Biodiversidad y Alimentación Sostenible (ambas de mayo 2020).
Vemos con satisfacción cómo Europa quiere consolidar la economía circular como el nuevo paradigma que permita crecimientos sostenibles que generen riqueza, empleo verde y competitividad a la vez que reducen su huella de carbono y sus impactos en el medio ambiente.
Aquí, tanto el ecodiseño como una producción sostenible de bienes y servicios en el ámbito industrial serán prioritarios, pero no menos lo serán las capacidades para gestionar adecuadamente los residuos que se generan tras el consumo de esos bienes y servicios. Por algo a este nuevo modelo económico se le llama circular.
Por fortuna, el marco general normativo y estratégico que se está diseñando en la Unión Europea tiene su espejo en el escenario nacional, como no podía ser de otro modo. La reciente aprobación en Consejo de Ministros de la futura Ley de Cambio Climático y Transición Energética y de la nueva Estrategia Española de Economía Circular, “España Circular 2030”, son dos ejemplos de ello.
En ambos, se recogen objetivos ambiciosos pero necesarios, como reducir las emisiones de C02 para frenar el cambio climático, transformar el sistema energético apostando por las fuentes renovables, reducir un 15 % la generación de residuos (respecto a lo generado en el año 2010), mejorar la eficiencia en el uso del agua o minimizar el desperdicio alimentario.
Por otro lado, y no menos importante, es que parece haber consenso al respecto en torno a estas propuestas y objetivos. El Foro Económico Mundial, la Agencia Europa del Medio Ambiente o la Fundación Ellen MacArthur son solo tres de las muchas instituciones que reconocen y defienden la necesidad de transitar hacia una economía circular más sostenible e innovadora, donde las empresas que componen el sector privado han de estar plenamente integradas y comprometidas.
Es aquí donde los responsables de los sistemas de gestión que promueven el reciclaje, como es el caso de Ecoembes en España para los residuos de envases, tenemos un reto mayúsculo, porque trabajamos con todos los agentes implicados; desde las empresas que ponen envases en el mercado y asumen su responsabilidad legal de financiar el coste de su reciclaje cuando ya han sido usados, hasta las entidades locales que son las responsables de la recogida de los residuos en nuestros pueblos y ciudades. Pero sobre todo trabajamos también con los ciudadanos, que demuestran a diario un compromiso medioambiental cada año más fuerte a través de la separación de sus residuos para que puedan ser reciclados, o evitando abandonarlos en los entornos naturales, minimizando así su impacto ambiental.
En esta Europa que estamos reconstruyendo vamos a vivir, al menos, durante lo que queda de siglo XXI. Lo que decidamos ahora condicionará la sociedad en la que crecerán nuestros hijos y nietos. Y esto no es una tarea menor. No es el momento de mirar para otro lado, sino de cocinar sin pausa los cambios necesarios que ya tenemos sobre el fogón y ponerlos en el plato de un cliente –la sociedad– cada vez más exigente con el compromiso inquebrantable del medioambiente.