La espiral creativa
Para pasar de la mentalidad reactiva a la creativa basta con cambiar una letra de sitio. Aportar creatividad es más fácil de lo que parece. Basta con que nos lo propongamos. No como una pose romántica, a oscuras, con el dorso de una mano sobre la frente y el otro brazo alejado del cuerpo. Sí como una especie de gimnasia mental, un principio que deberíamos aplicar a nuestras rutinas de trabajo. La creatividad y la constancia se llevan bien. Congenian y a menudo se invitan la una a la otra. Ambas son leales aliadas de la consultoría. Esta edición de UNO trata de cómo invocar la creatividad e incorporarla a nuestra experiencia profesional. Sea un capricho, una fórmula magistral, una máquina de empatizar o la mejor expresión del ingenio, en las siguientes páginas los lectores dispondrán de casi todas las claves para familiarizarse con ella.
En LLYC hemos decidido hacer una inmersión generalizada en creatividad durante todo 2021. Hemos comenzado por descontextualizarla. Durante demasiados años se la ha querido encapsular en torno a las siete artes liberales. Como si hubiera actividades llamadas a atraerla de antemano y otras condenadas sin más a repelerla. En realidad nosotros estamos convencidos de que se trata, ante todo, de una actitud. Representa una forma de comportarse especialmente abierta y constructiva, válida para cualquier circunstancia. Un punto de vista diferente que se puede educar, ensayar y mejorar en nuestro día a día.
Esta edición de UNO trata de cómo invocar la creatividad e incorporarla a nuestra experiencia profesional.
La amplitud de miras y la curiosidad suelen ser atributos de una mente creativa. La erudición, las grandes certezas y los apriorismos encajan peor. La diversidad, la fusión y el mestizaje tienden a multiplicarla. Sobre todo en el siglo XXI, en la época de la digitalización y la hipertransparencia, ser multidisciplinar, imaginativo, abierto, íntegro y colaborador ha pasado a ser una exigencia profesional prioritaria. En un mundo especialmente incierto y contradictorio, la disrupción empresarial ha ganado protagonismo. La burocracia, los protocolos oficinescos o la mera producción industrial han dejado de ser motivos suficientes para atraer el éxito en los negocios. Y sin creatividad es prácticamente imposible transformarse, reinventarse o innovar.
Claro que también necesita, y mucho, de la investigación y del conocimiento. Ningún trabajo sería creativo sin una sólida base científica y técnica. Incluso debería ser fiel a los principios y la deontología asentados en el oficio. La mejor manera de disrumpir es hacerlo desde un profundo conocimiento de la realidad que se quiere transformar. Ha venido siendo así en las Bellas Artes, y ahora lo es también en la identidad visual, en los atributos de marca, en la cultura corporativa o en las actividades de publicidad y patrocinio de cualquier enseña de gran consumo. El tiempo de los compartimentos estancos y de la cabeza debajo del ala ya es historia. Historia antigua, si se me permite la precisión.
De algún modo, la espiral creativa en la que estamos inmersos sintetiza un cambio más profundo. El del liderazgo y los roles sociales. La sociedad, la política y sobre todo el trabajo están cambiando de referentes. Queremos relaciones más humanas, mucho más cálidas y empáticas, menos imperativas. Por eso demandamos un desempeño profesional distinto, si se quiere mucho menos ejecutivo del que hasta ahora había sido la norma, y en cambio mucho más creativo y emocional. Ahora que se habla tanto de medio ambiente y sostenibilidad, en las empresas también cabe un hábitat netamente creativo donde primen valores como la confianza, la autenticidad o la colaboración.
Sin lugar a dudas, la creatividad es la mejor forma de expresión del mundo hacia el que nos encaminamos.
No se trata de instaurar industrias o sectores específicamente creativos, sino de aportar ese valor diferencial a cada empresa. Asistimos a un cambio general de perspectiva, muy relacionado con el impulso de la igualdad y la diversidad como motores de la cultura empresarial. La toma consensuada de decisiones, la promoción del talento femenino, la diversidad entendida como refuerzo de la capacidad cognitiva y de comprensión de una empresa suponen, a la vez, el mejor entorno para que la creatividad prenda en ella, se consolide y rinda sus mejores frutos.
Sin lugar a dudas, la creatividad es la mejor forma de expresión del mundo hacia el que nos encaminamos. Pero sería un error si nos limitásemos a buscarla como un simple resultado final. Para ser verdaderamente eficiente, y sostenible en el tiempo, el valor creativo de un proyecto empresarial debe ser alentado ya desde la propia estrategia corporativa. Al final, cualquier creación es la acción y el efecto de crear, por lo que el mismo propósito empresarial está abocado a ser creativo; es decir, diferencial, participativo, abierto y solidario. Por cerrar el juego de palabras del comienzo de estas líneas, para dejar de ser reactivo ya no basta con volverse creativo. Va llegando la hora de los “creactivos”, o creativos en permanente actividad. A continuación el lector encontrará magníficas pistas para llegar a serlo.