¿Cuál es tu misión?
A estas alturas del siglo XXI algunas cosas sabemos ya. En especial, que vivimos en un mundo complejo, con dinámicas cargadas de cisnes negros y problemas que desbordan a los Gobiernos nacionales pero que tampoco el mercado, ni el sector privado, son capaces de resolver por sí solos. La única certeza que podemos esgrimir es que casi todo lo aprendido en el siglo XX ha quedado arrinconado ante unas evoluciones sociales, tecnológicas y naturales que trascienden lo conocido.
La globalización, el cambio climático y la Inteligencia Artificial son tres vectores de cambio lo suficientemente potentes por sí mismas, y en su interrelación, como para explicar esta nueva situación en la que lo viejo no sirve y lo nuevo está naciendo. Nunca como ahora los seres humanos nos hemos tenido que enfrentar a desafíos tan disruptivos y generales que nos afectan directamente como especie hasta el punto de hacernos cuestionar el propio sentido de nuestro ser. Frente a eso, las políticas públicas tradicionales o el viejo nacionalismo son inocuos, por más familiares que nos resulten: ni las pandemias, ni el cambio climático, ni la posibilidad real de un transhumanismo, ni la conciencia de que se puede superar el hambre y la desigualdad extrema en el mundo encajan en los esquemas clásicos de público/privado. Frente a esos problemas, ni el estado es el problema y el mercado la solución, ni lo contrario.
“Nunca como ahora los seres humanos nos hemos tenido que enfrentar a desafíos tan disruptivos y generales que nos afectan directamente como especie hasta el punto de hacernos cuestionar el propio sentido de nuestro ser”.
Hace falta encontrar nuevos protagonistas y diseñar nuevas formas de intervenir en lo social capaces de hacerles frente a unos retos que son, a la vez y por primera vez, globales y transversales. En puridad, lo único plenamente rescatable de la doctrina del siglo XX serían los derechos humanos proclamados por la ONU, aplicados hasta sus últimas consecuencias, en un momento en que la especie humana se solapa con el individuo como sujeto histórico.
El siglo XXI inició su viaje por la historia empujado por cuatro vientos: la globalización como método para entrelazar los intereses de las naciones poniendo fin a las guerras y a la pobreza; la digitalización como revolución capaz de crear y anudar un mundo único gracias al empuje unificador de la misma tecnología; la desregulación, el mercado capaz de equilibrarse por sí mismo, sin crisis y la preferencia por el estado mínimo, como piezas del edificio social inductor del crecimiento; y, por último, la convicción de que la lucha contra el cambio climático se había puesto en marcha a partir de la aprobación del Protocolo de Kioto de 1997 con el acuerdo de 81 países.
En apenas 20 años, los cuatro vientos han descabalgado. Ha sido de la mano, en 2008, de una crisis de los mercados financieros desregulados de la que nos sacó el estado como rescatador; de la tecnología de los datos invasiva de la privacidad y el capitalismo de vigilancia; del resurgimiento de los bloques -no solo tecnológicos, sino políticos- en torno a Estados Unidos y China, con la incorporación reciente de Rusia tras la guerra de Ucrania que ha provocado su exclusión del sistema económico mundial y, finalmente, de la constatación de que, a pesar de declaraciones enfáticas como al Acuerdo de París (2015) estamos lejos de reducir las emisiones de CO2 al nivel exigido, a la vez que se evidencian vínculos entre acciones humanas como la desforestación y el surgimiento de pandemias como la COVID-19 por mayor probabilidad de que los virus animales salten a los humanos.
Necesitamos un nuevo paradigma que permita entender lo que ocurre y, sobre todo, un nuevo esquema de actuación social que sea eficaz a la hora de hacerle frente cuando se han roto las relaciones tradicionales entre público y privado, individual y colectivo. Los métodos actuales de gestión son inadecuados para los abordar los retos del siglo XXI. Dos ejemplos servirán para evidenciar este punto.
Por un lado, el desafío a la especie humana planteado por las posibilidades abiertas por la Inteligencia Artificial no cabe en los esquemas clásicos de estado-empresas porque va más allá de los objetivos y funciones conocidos de ambos agentes. Si las empresas están derivando desde el accionista como único objetivo al capitalismo de stakeholders, los estados deben modernizar sus estructuras y funciones para encajar con las nuevas responsabilidades exigidas.
“Si los gobiernos establecen normas y procedimientos para separar los residuos y la basura, pero cada uno de nosotros, individualmente, no lo hacemos en nuestra casa, de poco servirá”.
Por otro lado, si los gobiernos establecen normas y procedimientos para separar los residuos y la basura, pero cada uno de nosotros, individualmente, no lo hacemos en nuestra casa, de poco servirá. Así, las responsabilidades público/privadas e individual/colectivas, tienen que ensamblarse de manera diferente frente a los nuevos desafíos y tanto los gobiernos como las empresas deben revisar su propósito y su gobernanza corporativa.
Y ahí es donde cobra todo el sentido la nueva propuesta de la Unión Europea, inspirada en la profesora Mariana Mazzucato, de ordenar las prioridades colectivas y organizar las estrategias y los recursos empleados en torno al concepto de “Misiones” que pone fin, de manera brillante, al clásico de “Asuntos Públicos” como el espacio tradicional para organizar las relaciones entre lo público y lo privado. Hoy, tanto lo público como lo privado son responsabilidad de todos, porque nadie, por sí solo, es capaz de hacerle frente. Lo hemos visto con la pandemia que ha puesto en marcha la cooperación entre gobiernos y empresas a unos niveles desconocidos, a la vez que se apelaba, además de a las normas (restricciones), a la responsabilidad individual para cumplirlas.
El gran descubrimiento político del siglo XXI está siendo que el valor social surge de la interacción entre los sectores públicos y privados y la sociedad civil, gestionados de manera diferente, con propósitos compatibles y creando conjuntamente beneficios mutuos. Según define la Comisión Europea, las misiones son un instrumento nuevo y ambicioso que parten de la idea de que los desafíos complejos exigen activar esfuerzos coordinados entre gobiernos, así como entre gobiernos y empresas e individuos, en torno a objetivos claros, capaces de movilizar los recursos necesarios para transformar la sociedad.
Organizar la gestión de lo social en torno al concepto de misiones exige cambios importantes en la manera de gestionar lo público y lo privado, así como sus relaciones tradicionales para entrar en una nueva dinámica más allá de los viejos conceptos y actuaciones de lobby o de asuntos públicos. Surge un nuevo espacio de interrelación para gobiernos, empresas y sociedad civil, donde deben cooperar en lugar de confrontar, como era lo tradicional.
Quien asuma facilitar este encuentro, con el enfoque de “misión”, prestará un gran servicio a la colectividad. Uno a la altura del siglo XXI.