Latinoamérica: una oportunidad de abordar una recuperación sostenible e inclusiva
Todos nos vamos recuperando poco a poco. También América Latina. La pandemia impactó con fuerza en una región que, aunque venía de crecimientos aparentemente sólidos en términos nominales, en realidad no lo eran tanto a la vista de la rapidez con la que se desmoronó el castillo de naipes. El PIB de la región cayó un 6,8% en 2020, según datos de la Cepal, lo que destrozó el tejido social y amplió más la histórica desigualdad económica y social.
Afortunadamente, y aunque el horizonte aún no está totalmente despejado, lo peor de la pandemia ha ido quedando atrás. América Latina creció un 6,3% el año pasado gracias al empuje comercial, la subida en los precios de las materias primas y las mejores condiciones de financiación. Todo pintaba relativamente bien cuando, a finales del año pasado, afloraron las presiones inflacionistas, subieron los tipos de interés y volvieron los cuellos de botella a la cadena de suministro, algo que se ha intensificado desde el estallido de la guerra en Ucrania.
América Latina creció un 6,3 % en 2021 gracias al impulso del comercio, el aumento de los precios de las materias primas y la mejora de las condiciones de financiación.
Aunque el conflicto bélico añade más incertidumbre, nada en estos momentos hace presagiar que regresemos a una profunda recesión como la que estábamos remontando. Eso sí, la recuperación será más lenta de lo previsto y va a requerir de medidas adicionales para articular un crecimiento más sólido. Y solo puede ser más sólido si es sostenible e inclusivo y busca la colaboración público-privada como palanca aceleradora. Las crisis siempre han sido un importante detonador del cambio. Yo estoy convencida de que la pandemia, si somos capaces de entender que estamos ante una oportunidad para cambiar la forma en que vivimos y trabajamos, y avanzamos de verdad a unos modelos económicos distintos, no va a ser una excepción.
Una de las grandes lecciones que nos ha dejado la pandemia es que solos no llegaremos a ningún sitio; necesitamos ir juntos para poder abordar los grandes desafíos globales como son el cambio climático, la desigualdad económica y social, la brecha de género, la pobreza y el hambre, la accesibilidad a los servicios básicos… todos esos retos y objetivos que plasmamos en 2015 en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
América Latina no puede dejar pasar este tren, al que la digitalización ha dado más urgencia y velocidad. Pensemos por ejemplo en una de las deficiencias que sacó a la luz la pandemia: el escaso nivel de inversión en infraestructuras de salud y de educación en la región. No podemos quedarnos quietos. Ni en salud, ni en educación, ni en otras infraestructuras de servicios básicos como carreteras, conexiones ferroviarias, puertos y aeropuertos, saneamientos, energía… todo aquello que impulsa y acompaña al desarrollo y vertebra el crecimiento de un país.
Pero tampoco podemos quedarnos atrás en igualdad de género e inclusión financiera. Lo primero vertebra la sociedad, al integrar económica, empresarial y socialmente a la mitad de la población, las mujeres. Y lo segundo, la inclusión financiera, es lo que permite pensar en el futuro y soñar con progresar, ya sea crear un pequeño negocio o simplemente financiar unos estudios, una vivienda mejor, otra oportunidad…Todas esas cosas que, en mayor o menor medida, van sumando y son relevantes para acabar con las bolsas de pobreza que aún tiene la región.
Y, por supuesto, no nos podemos quedar atrás en la lucha contra el cambio climático porque América Latina es una de las regiones más afectadas por los fenómenos meteorológicos extremos que provoca el calentamiento del planeta. Tenemos poco que perder y muchísimo que ganar si avanzamos en el camino hacia la descarbonización completa de las economías, que tiene su primera etapa en el objetivo de cero emisiones netas para 2050.
“Es necesario buscar el apoyo del sector privado para afrontar conjuntamente los grandes retos que tenemos por delante”.
América Latina debe dar un paso al frente para capturar íntegramente esta oportunidad. Y ese paso al frente requiere de decisión y de una visión holística que permita pasar de medidas defensivas y con objetivos cortoplacistas a una agenda de crecimiento sostenible e inclusivo. Y eso precisa de la imprescindible colaboración entre el sector privado y el sector público. Sí, imprescindible, porque ni las políticas monetarias —que deben ser restrictivas para contener la inflación— ni las políticas fiscales —sin apenas margen de maniobra tras el fuerte endeudamiento público estos años de crisis y pandemia— van a poder emplearse a fondo, o al menos como se precisa, en el crecimiento sostenible e inclusivo. Es necesario buscar el concurso del sector privado para, conjuntamente, poder hacer frente a los grandes retos que tenemos delante y que, como decía antes, no podemos resolver en solitario. La lección aprendida en la pandemia con las vacunas nos marca el camino.
La colaboración público-privada ayudaría también al mundo a recuperar la confianza, algo que para América Latina es uno de los problemas más acuciantes, como destacaba el informe del BID La clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y Caribe. Más transparencia, instituciones más sólidas, menos burocracia, más compromiso social, más productividad, menos desigualdades, más emprendimiento, más educación, más inclusión financiera, más diversidad, más y mejor gobernanza… Los países que destaquen en estos frentes no solo levantarán más rápido el vuelo, sino que forjarán unos cimientos sólidos, unas raíces tan profundas y arraigadas que será muy difícil que puedan ser fácilmente vapuleadas y arrancadas.
Eso es lo bueno de esta oportunidad. Que lo que se avanza, se consolida y empuja a avanzar más, haciendo más difícil dar pasos atrás.