América Latina-Unión Europea: cuando la continuidad es la clave de la agenda
A pesar de la histórica y estrecha relación entre América Latina y el Caribe y la Unión Europea, las diferentes coyunturas de los últimos años a ambos lados han impreso cambios de ritmo y velocidad en el diálogo birregional. Estos han impactado, muchas veces de forma negativa, en el avance de acuerdos esenciales. El contexto actual, a pesar de las complejidades económicas, ofrece una nueva oportunidad para afianzar un proceso de continuidad y, ojalá, duradero.
Recientemente, Félix Fernández-Shaw, director de América Latina y el Caribe en la Dirección General de Asociaciones Internacionales de la Comisión Europea, calificó a las dos regiones como “las más compatibles del planeta”, tanto por su cercanía cultural como por la similitud de los retos a los que se enfrentan.
No cabe duda que esta compatibilidad existe y es muy valorada a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, no basta hacer match para que las relaciones funcionen. El mayor desafío es que ambas regiones se tengan como protagonistas de sus agendas más allá de las coyunturas políticas internas. América Latina y la Unión Europea deben mantener un diálogo privilegiado estructural y no coyuntural. Aunque en un escenario tan cambiante –y, muchas veces, oscilante– como el latinoamericano, este sea un objetivo complejo.
Es indudable que el acuerdo de libre comercio entre la UE y el Mercosur está en el centro de esta agenda de relanzamiento, junto a acuerdos como los que la UE tiene abiertos con Chile y México
En ese sentido, la Cumbre que celebran este año los países de la Unión Europea (UE) y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), tras ocho años de paréntesis (si no contamos la reunión virtual que tuvo lugar en 2021), debe ser esa nueva oportunidad para relanzar este diálogo a partir de iniciativas y movimientos de largo plazo.
Desde el punto de vista de las acciones concretas, es indudable que el acuerdo de libre comercio entre la UE y el Mercosur está en el centro de esta agenda de relanzamiento, junto a acuerdos como los que la UE tiene abiertos con Chile y México, entre otros. Es evidente que, sin continuidad y esfuerzo conjunto, será muy difícil concretar un acuerdo que, como el de la UE y Mercosur, por ejemplo, lleva más de 20 años siendo trabajado.
Esta sintonía de largo plazo también será esencial para hacer un frente común a los desafíos ambientales. Un paso importante fue dado en la última Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo con la firma de la Carta Medioambiental Iberoamericana.
Esta hoja de ruta podría ser un marco de trabajo futuro de las relaciones América Latina y el Caribe-UE, pero como un compromiso traducido en acciones y normativas ambientales que se ejecuten. En el horizonte está la trigésima Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático (COP 30) que se celebrará en Belém do Pará (Brasil) en 2025. Conferencia que debería servir de marco para que ambas regiones pongan en valor los avances de sus esfuerzos conjuntos en cuestiones relevantes como las iniciativas de transición energética y aquellas conectadas con las prioridades de seguridad alimentaria.
Otro de los desafíos en esta agenda birregional es el de la digitalización en América Latina y el Caribe, en la cual la UE tiene un papel esencial como aliado de esta transformación. La Alianza Digital Unión Europea-América Latina y el Caribe, lanzada el pasado mes de marzo en Bogotá, refrendó el compromiso conjunto de consolidar una sociedad de la información basada en las personas. Compromiso, además, en el que la cooperación público/privada a ambos lados del Atlántico abre un gran número de oportunidades en infraestructura, acceso y en la reducción de la brecha digital en América Latina y el Caribe.
Este esfuerzo común trae consigo el desafío de la desinformación, los contenidos digitales, la regulación de las redes y todo el entramado de cuestiones sociales que son esenciales en este diálogo birregional
Este esfuerzo común en la digitalización trae consigo, indudablemente, el desafío de la desinformación, los contenidos digitales, la regulación (o no) de las redes y todo el entramado de cuestiones sociales que son esenciales en este diálogo birregional: migración, diversidad y, en definitiva, toda la agenda de protección y promoción de los derechos humanos.
Estas, y muchas cuestiones más de la agenda, ponen de manifiesto la necesidad de una cooperación privilegiada continua. Cooperación que debe estar basada una comunicación fluida y en el entendimiento del otro.
Son prioridades sobre las que no deberíamos permitirnos movimientos de ida y vuelta ni marcarnos hitos periódicos de relanzamiento o retomada. Es, y debe ser, el movimiento constante que nos lleva en la misma dirección a la que todas y todos, en América Latina y el Caribe y la Unión Europea, queremos ir. Y no podemos, ni debemos, renunciar a ello.