¿Cómo aumentar la resiliencia de los sistemas de salud en América Latina?
¿Cuál sería la forma más efectiva de medir la resiliencia de un sistema de salud? Sin duda, enfrentarlo a una crisis súbita y de considerables proporciones. Es decir, a una pandemia como la que vivimos por la COVID-19. Ese escenario caótico desnudó las falencias de muchos sistemas de salud en el mundo, pero también permitió detectar cuáles respondieron mejor a la crisis y por qué razones lo hicieron.
Vamos a comenzar por lo básico para luego ir haciendo un paralelo de lo que sucedió en Europa y Latinoamérica frente a la pandemia.
¿Qué significa que un sistema de salud sea resiliente? En términos generales, se puede decir que la resiliencia es la capacidad del sistema para afrontar situaciones de crisis, responder a ellas con eficacia y reorganizarse, en función de las lecciones aprendidas, para volver a prestar los servicios necesarios en beneficio de los pacientes y sus familias.
Un revelador estudio
América Latina fue una de las regiones más golpeadas por la pandemia. La crisis fue resultado de varios factores como ineficiencias en los sistemas sanitarios y un bajo gasto público en salud, inferior al de los países europeos y a los miembros de la OCDE. Así lo evidenció el estudio de FIFARMA “Entorno sobre Políticas de la COVID-19 y la Importancia de la Economía de la Salud en LATAM”, elaborado por WifOR, instituto de investigación de Alemania, que analizó la situación generada por la pandemia en los sistemas de salud de Brasil, Argentina, Perú, Chile, México y Colombia en comparación con países europeos.
La pandemia desnudó nuestras falencias, con resultados dolorosos para la vida y la economía. Es hora de mirarse al espejo y aprender lecciones de regiones como Europa, que lograron capear la crisis con sus buenas prácticas
De acuerdo con el estudio, mientras países como Francia tienen un gasto público en salud de 8,8 % del PIB, el Reino Unido de 8,0 %, España de 6,5 % y los países de la OCDE de 5,8 %, en América Latina los mejor calificados son Argentina y Chile con 4,9 %. Colombia alcanza 4,1 %, mientras Brasil invierte 3,8 %, Perú 3,3 % y México 3,1 %.
La pandemia tuvo un impacto distinto en cada país en términos de muertes, pero con grandes diferencias frente a los europeos. El país con menor número de muertos por cada 100 000 habitantes fue Chile con 232, seguido de México (249), Colombia (274), Argentina (282), Brasil (309) y Perú (642). Mientras que, en Europa, Francia tuvo 211 muertes por cada 100 000 habitantes, España 214 y el Reino Unido 240, cifras mucho menores al promedio latinoamericano. El estudio también mostró en la mayoría de los países de América Latina una baja relación entre habitantes y médicos, enfermeras, hospitales y camas en las UCI.
La investigación es saludable
El panorama evidenciado por el estudio muestra la realidad de los sistemas de salud en América Latina. Pero lejos de quedarnos en la crítica, vale la pena preguntarse: ¿por qué a Europa le fue tan bien y qué lecciones podemos aprender para aplicarlas en nuestro continente?
Voy a centrarme solo en las que considero fundamentales. La primera es un trabajo de largo plazo. Europa lleva décadas creando sistemas de salud robustos y sostenibles. En América Latina, los cambios de gobiernos y las urgencias económicas en otros sectores hacen que se imponga el cortoplacismo, con soluciones temporales e insuficientes.
Otra visión fundamental que nos diferencia es que los latinoamericanos aún creemos que la salud es un gasto y no una inversión. Y, por esa razón, la mayor parte del presupuesto va hacia otros temas, como seguridad o infraestructura. Entender que la salud es un activo vital para el desarrollo de un país, como sucede en la gran mayoría de países de Europa, es clave para diseñar mejores ecosistemas de salud.
La tercera razón es la investigación y la innovación. Europa tiene algunas de las farmacéuticas más innovadoras del planeta. Y para ello, se apoya en una legislación que reduce los tiempos de acceso de medicamentos innova- dores a los pacientes y protege la propiedad intelectual.
En esta materia, el ejemplo de España es relevante. En 2022, autorizó más de 900 ensayos clínicos con medicamentos, de los cuales 86 % fueron impulsados por compañías farmacéuticas. El primer país del mundo en estudios clínicos es Estados Unidos, con 38,8 %, le sigue China con 5,2 % y España con 4,8 %, superando a Japón y Alemania, con 4,1 y 4,0 %, respectivamente (datos a 2020). El primer país latinoamericano de la lista es Brasil, con 1,7 % y luego está Argentina, con 1%, superando a México, con 0,7 %.
El caso de Argentina es también llamativo, porque en los últimos años se ha impulsado el crecimiento de la investigación clínica, con todos los beneficios que eso genera para un país: mejora en empleo, ante mayor demanda de profesionales y especialistas; reducción de costos de atención por los pacientes que son atendidos en estudios clínicos, solventados por farmacéuticas; y pacientes que pueden acceder a medicamentos y tratamientos innovadores en simultánea con los países más desarrollados.
En conclusión, es un buen momento para trabajar por construir sistemas de salud más resilientes en América Latina. Las claves del éxito: trabajo en equipo, pensamiento de largo plazo, ver la salud no como un gasto sino como una inversión para el desarrollo, y comenzar a fortalecer un entorno de innovación que promueva la investigación clínica, la protección de la propiedad intelectual y la reducción en los tiempos de acceso de medicamentos innovadores para los pacientes.