En busca de la confianza para gobernar
Latinoamérica tiene hoy rostro de descontento y decepción. Cada vez son más frecuentes las imágenes de ciudadanos desesperados que se toman las calles, frustrados porque sus necesidades más básicas no han sido satisfechas. Agua potable. Electricidad. Progreso. Promesas todas que nunca se cumplieron. Esperanzas que se esfumaron cuando el líder de turno se instaló en el poder.
La intensidad y frecuencia de estos incidentes en la última década no responde al descontento puntual de un pueblo, sino que refleja un problema más grande y sistémico: el fracaso institucional generalizado que no ha mejorado la calidad de vida en la región.
En los últimos años, la brecha de la desigual- dad en Latinoamérica ha aumentado. Bajo la luz de afectaciones globales Latinoamérica fracasa. En el caso de la pandemia, se puso en evidencia su falta de inversión en infraestructura de salud pública, dejando más muertes per cápita que en ninguna otra parte del mundo.
Este fracaso regional en la anhelada mejora de la condición de vida se traduce en un el índice de confianza más bajo en todo el mundo. Tan solo 2 de cada 10 personas responden que confían en el Gobierno. Peor aún, la poca confianza que se tiende a generar durante las campañas electorales, cargadas de esperanza, cambio y promesas, rápidamente desaparece. El capital social de los gobiernos recién instalados ya no llega a los 100 días.
En el mundo corporativo ha sido más fácil reconocer el valor de la confianza y cuantificarlo. Un informe de Deloitte de 2022 comparte ejemplos de grandes empresas globales que perdieron entre 20 % y 56 % de su valor –equivalente a unos 70 000 millones de dólares– cuando perdieron la confianza de su mercado. Así las cosas, ha habido una creciente tendencia en el mundo empresarial por generar y reconstruir esa confianza en sus organizaciones.
Cuando los ciudadanos confían en sus gobiernos pagan sus impuestos, respetan la autoridad, participan, se sienten responsables de sus comunidades y aceptan mejor los cambios en las políticas públicas
Son los líderes políticos en Latinoamérica, y quizás incluso los líderes en el mundo, quienes fallan en entender y valorar el poder de la confianza. Pero el beneficio para los gobiernos que se consideren confiables es definitorio. Cuando los ciudadanos confían en sus gobiernos pagan sus impuestos, respetan la autoridad, participan, se sienten responsables de sus comunidades y aceptan mejor los cambios en las políticas públicas, asumiendo que son coherentes con sus aspiraciones.
Desde Harvard, he iniciado una investigación exhaustiva sobre cómo medir, manejar y, de ser necesario, restaurar la confianza. Porque, si bien, al igual que en el mundo empresarial, la confianza puede desvanecerse en un instante, también se puede recuperar. Tenemos múltiples ejemplos de casos recientes en los que, con manejo decidido y sostenido, se han logrado recuperar la credibilidad y la confianza. Ahora bien, esto toma tiempo. Tiempo y compromiso.
Para esto, se requiere entender que la forma cómo nos relacionamos con nuestro entorno ha mutado. Han cambiado las innovaciones tecnológicas, la forma como se difunde la in- formación, cómo cada individuo percibe el rol del Gobierno y sus expectativas. Hasta en las remotas comunidades de pueblos originarias ya hay celulares. Y aún más importante, la forma en que se identifican los ciudadanos con sus gobernantes y los motivos por los que les otorgan su confianza también han variado.
Los índices históricos que se han utilizado para medir la confianza en los gobiernos han des- cansado en un limitado número de principios –tales como la integridad, la competencia y el sentido de justicia– y métricas que no reflejan cómo los individuos funcionan en la sociedad y su percepción del gobierno hoy en día. Un reciente estudio de Edward Glaeser en Harvard estableció que las encuestas utilizadas tradicionalmente para medir la confianza no son efectivas. Es decir, aquellos que responden que sí confían en el Gobierno luego no tienen actitudes que evidencian esa confianza y pasa lo mismo a la inversa.
Las innovaciones tecnológicas, al igual que las nuevas maneras en que los individuos son parte de la sociedad, requieren nuevas métricas para evaluar el sentimiento social
La confianza es un concepto profundamente subjetivo y, como tal, se interpreta fácilmente de distintas maneras, lo que representa un desafío en su medición y evaluación. En esta investigación, estamos buscando desarrollar nuevas métricas que, sustentadas con complejos modelos computacionales, busquen reflejar qué desarrolla y establece confianza. Un ejemplo sencillo es el valor que se le atribuye hoy a la percepción de autenticidad. En los casos de estudio que hemos analizado, aquellos líderes que emplean un método de comunicación que puede entenderse como natural y sencillo alcanzan mayores índices de confianza. Otro tanto ocurre con el perfil de los mandatarios, históricamente distante e inalcanzable. Una vez en el poder, se solía esperar que gobernaran desde “arriba”, a la distancia. Hoy, se requiere cercanía y proximidad para establecer que comparten propósitos con la sociedad a la que sirven y generar confianza.
El llamado péndulo de políticas entre izquierda y conservadores de Latinoamérica no se da en la práctica. Lo que hay es un mar de ciudadanos frustrados e inconformes que busca confiar en uno u otro lado. Las innovaciones tecnológicas, al igual que las nuevas maneras en que los individuos son parte de la sociedad, requieren nuevas y actualizadas métricas para evaluar el sentimiento social. La confianza, debidamente entendida y valorada, es la herramienta poderosa para lograr el apoyo para implementar los cambios estructurales que Latinoamérica reclama.