La cultura: clave para una relación horizontal
A ambas orillas del océano que separa Europa de América Latina hay coincidencia: es tiempo de que la relación transatlántica sea una prioridad para ambas regiones y la Presidencia del Consejo de la Unión Europea que España tendrá en sus manos durante la segunda mitad de este 2023 es la valiosa oportunidad para concretarlo.
Es también una ocasión a no desperdiciar para superar la ancestral asimetría que los marcos de cooperación ofrecen, casi por default, a un vínculo por momentos paternalista, jerárquico y vertical que Europa tendió a ejercer hacia los países latinoamericanos.
Ya casi nadie duda de que la involuntaria coyuntura pospandémica y bélica acelera la refundación de este lazo que tal vez encuentre en la cultura la única ventanita posible, por ahora, para la horizontalidad que América Latina reclama.
Fuera de la rigidez de las vías institucionales, poner el foco en la dimensión cultural permite dar paso a una mirada más transversal sobre el modo en el que América Latina y Europa se tutean. Y sería maravilloso que pudieran seguir haciéndolo.
Quizá porque gestionar la cultura al margen de los carriles institucionales permite esquivar la burocracia.
O quizá porque la vitalidad resiliente de una tierra cíclicamente castigada por pestes políticas y económicas que dejan heridas y cicatrices en su tejido social, como lo es América Latina, se traduce cada vez más en iniciativas artísticas que brillan en Europa y refuerzan una tendencia: la cultura es el ámbito en el que mejor se aplica, aún esquivando los tics de la globalización, la transversalidad anhelada por los latinoamericanos que apuestan a un amplio multilateralismo con los europeos.
Poner el foco en la dimensión cultural permite dar paso a una mirada más transversal sobre el modo en el que América Latina y Europa se tutean. Y sería maravilloso que pudieran seguir haciéndolo
Premios literarios, curadurías en los principales espacios de las artes plásticas, palmas en festivales de cine y en conciertos: el intercambio y la consagración de voces latinoamericanas en Europa y de miradas europeas en los países de América Central y del Sur ya hablan de un planteamiento estratégico de integración en el que el paradigma es el de iguales.
Son parte, además, de la faceta multicultural que define a las sociedades de nuestro tiempo.
“Estoy lleno de España”, dijo, por ejemplo, el poeta venezolano Rafael Cadenas, cuando en abril de este año recibió en Madrid el Premio Cervantes 2022, la mayor distinción de las letras en español.
O el “siempre me siento un latinoamericano en Barcelona” del catalán Joan Manuel Serrat, quien reservó, en su gira mundial de despedida de los escenarios, cinco conciertos a Bue- nos Aires, la ciudad que más pudo disfrutar del cantante en ese adiós.
América Latina no debería ser sólo un proveedor confiable que le permita a Europa despegarse cada vez más de ciertas dependencias de potencias políticamente incorrectas, como lo es hoy Rusia, o peligrosamente en ascenso, como representa China.
No en vano el espacio en el que existen más programas de cooperación iberoamericana es precisamente, por su carácter transversal, el de la cultura
No en vano el espacio en el que existen más programas de cooperación iberoamericana es precisamente el de la cultura. Por su carácter transversal a la hora de generar un capital social de cohesión entre las comunidades que comparten, por ejemplo, lazos históricos como Europa y Latinoamérica.
Por otra parte, la dimensión cultural es, casi con exclusividad, la que permite superar el imaginario latinoamericano que ve en el horizonte europeo la estabilidad y el cobijo que casi nunca consiguió en casa, esa región más áspera que blanda y que sigue siendo la tierra más desigual del planeta.
Formales o informales, las políticas de cooperación cultural son, por naturaleza, horizontales. Apuestan, además, al mutuo beneficio y al intercambio enriquecedor para ambas orillas.
En Retos de las relaciones culturales entre la Unión Europea y América Latina y el Caribe, una publicación financiada por el programa de investigación e innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea, el diagnóstico sobre el intercambio cultural entre ambos continentes plantea aristas que, a simple vista, pueden pasar inadvertidas.
“Asumimos las relaciones culturales entre la Unión Europea y América Latina y el Caribe sin plantearnos la elaboración de la ideología y el efecto que tiene en nuestra percepción”, señala allí el artista visual y curador mexicano Francisco Guevara, especialista en gestión y planificación de proyectos de cooperación al desarrollo en el ámbito de la educación, la ciencia y la cultura. “Bastante a menudo, los intercambios culturales pueden encarnar una representación de fantasía de intercambio mutuo y reciprocidad, y la cooperación se con- vierte entonces en cooptación y apropiación, especialmente en las residencias de artistas, donde la localidad y la movilidad revisten un papel tan importante”, agrega.
Guevara destaca un aspecto interesante: “Por eso, cualquier debate sobre movilidad o intercambio cultural, entre la Unión Europea, o incluso los Estados Unidos, y Latinoamérica y el Caribe será incompleto si no se consideran las implicaciones de la ideología –asegura–. Los efectos de la ideología son profundos y multidireccionales, y afectan a todo el mundo, sobre todo cuando se entrecruzan ideologías variadas para crear distintas percepciones sobre género, clase, raza, cultura, etc., en un lugar y un contexto determinado”. Deliciosamente exagerado y teatral, el escritor y periodista canario Juan Cruz suele decir, por ejemplo, que “sin el boom latinoamericano, hoy seríamos otras personas”.
Y a pesar de que el término boom que definió al fenómeno literario y editorial de los años sesenta esté hoy cuestionado, es incuestionable que el realismo mágico de aquella literatura escrita por unos pocos ungidos –como se los hizo sentir al colombiano Gabriel García Márquez, al argentino Julio Cortázar, al peruano Mario Vargas Llosa, al mexicano Carlos Fuentes o al chileno José Donoso, entre otros– marcó el pulso de la literatura a ambos lados del Atlántico por unos cuántos años.
Se ha ido activando un rediseño de la relación entre América Latina y Europa en la que ambas regiones se miran a los ojos y están paradas en un mismo escalón
Aquel exotismo del gen latinoamericano que podía resultar atractivo por lejano e improbable en una Europa pragmática fue dando paso a una interacción más simétrica, facilitada por los agentes culturales que fueron activando un rediseño de la relación entre América Latina y Europa en la que ambas regiones se miran a los ojos y paradas en un mismo escalón.
“Diferentemente iguales”, promocionaba aquella primera campaña de cooperación cultural que, en 2017, la Secretaría General Iberoamericana lanzó en los 22 países que la integran. Que la relación transatlántica espeje a europeos y latinoamericanos tan diferentes como iguales. De eso se trata.